Más allá del telón de azúcar

Jennifer Lambe

“El telón de azúcar”: el origen de esta frase sigue siendo un misterio. No sabemos exactamente quién lo acuñó; no pertenece a nadie. Pero aún así el eufemismo ha persistido durante décadas, refiriéndose al antagonismo que ha caracterizado las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos a partir de la Revolución Cubana de 1959, y también al impacto humano de esta división.

En los años 60, el telón de azúcar se nutrió de la intensificación de las hostilidades entre los Estados Unidos y la revolución que, en sí, desafiaba al orden geopolítico de la Guerra Fría. Fácilmente podemos ubicar el proceso de aislamiento entre estas dos naciones, desde las conspiraciones secretas de la CIA para tumbar a Fidel Castro y la Bahía de Cochinos, hasta la ruptura de relaciones diplomáticas y la instalación de un embargo económico; o, por el lado cubano, de la reforma agraria que se radicalizaba con el tiempo a la nacionalización de muchas empresas estadounidenses y la declaración del carácter socialista de la Revolución en abril de 1961. Volviendo la vista atrás, estas divisiones nos pueden parecer casi inevitables, predeterminadas.

Sin embargo, éstas rompieron con un siglo de codependencia cultural, política, y económica entre los dos países, algo que el Presidente estadounidense William McKinley denominaría como los “lazos de singular intimidad” en 1899. Sin duda, esta frase fue también eufemística, dado que Cuba había sido incorporada forzosamente al dominio imperialista de los Estados Unidos después de su lucha prolongada por su independencia nacional. La hegemonía estadounidense se había mantenido como un legado de esa intervención, incluso después de la abrogación de la notoria Enmienda Platt en 1934. Pero la dominación política también fue acompañada por un profundo - si no indisputado - proceso de acercamiento cultural. Los ciudadanos ordinarios se dejaban inspirar y fascinar por lo que encontraban al otro lado del Estrecho de la Florida: la música, el deporte, la moda, y mucho más.

Después de 1959, habría personas de los dos lados que se deleitarían con el teatro político de la hostilidad: Cuba, con su desafío heróico frente al imperialismo yanqui, y los Estados Unidos, castigando a la isla revolucionaria por su rebeldía. Sin embargo, en el nivel humano, muchos sintieron este cisma como un trauma, una pérdida cultural y personal. Al principio de los 60, aparecieron los obstáculos a los viajes; la comunicación cotidiana (el teléfono y el correo) se desvaneció. Y así los lazos intimos individuales se convirtieron en las cadenas de la excepcional enemistad, condenando a muchos a viajes exclusivamente imaginarios detrás del telón de azúcar.

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El llamado “telón de azúcar”1 no fue la única metáfora que pretendía dar forma a las relaciones internacionales durante la Guerra Fría. Representaba una extensión inevitable de la persistente “cortina de hierro,” una frase que también ha sido sujeta a debates sobre su autoría. En general se propone que el concepto fue popularizado, si no inventado, por Winston Churchill para criticar la expansión de la influencia soviética en Europa del Este después de la Segunda Guerra Mundial. Pero sus raíces datan a una tradición simbólica más vieja, concentrada y fortalecida en el siglo XIX y revivida en el siglo XX para demarcar la incipiente y al final incurable división entre la Unión Soviética y el mundo occidental.

Este contexto originario se volvería más significativo con el tiempo. En las décadas posteriores, las cortinas diplomáticas proliferarían: en los años 60 y 70, uno encuentra referencias a una “cortina de bambú” con China, la misma cortina de hierro, y, por supuesto, el telón de azúcar con Cuba. Pero ese “sugar curtain” no fue solamente una imposición semántica estadounidense. Los cubanos lo adoptarían también para sintetizar los retos y dificultades que enfrentaban en su realidad cotidiana de aislamiento diplomático.

Aun así, es una metáfora curiosa; los telones separan, demarcan, pero no siempre cierran. Pero eso fue precisamente lo que la frase insinuaba: una frontera traspasada, un obstáculo vencido, sobre todo a manos de un atrevido aventurero occidental, buscando secretos detrás de la trinchera enemiga. Inevitablemente, pues, el telón implica menos confines que voyeures.

Desafiando - pero a la vez afirmando - las prohibiciones y tabúes asociados a la baja del telón de azúcar, algunos norteamericanos, juntos a muchos otros, han tratado de curiosear dentro del mundo revolucionariamente diferente que imaginaban al otro lado del Estrecho de la Florida. Pero el telón no fue unidireccional. Igual que sus homólogos estadounidenses, los oficiales cubanos pretendían impedir acceso al mundo capitalista antagónico que habían trabajado para erradicar. Durante mucho tiempo, los ciudadanos estadounidenses han derrotado todos los obstáculos para hacerse testigos a la Revolución Cubana. Del mismo modo, los cubanos han imaginado, soñado, y saboreado (imaginativamente) la vida del otro lado. No gozaban de la misma movilidad de sus equivalentes norteamericanos, pero se comprometían con el país vecino a través de conexiones culturales y subterráneas. Aun cuando la intransigencia política les cerraba todas las puertas, el sueño y promesa complicado del “otro” mantenía su fuerza y poder.

Recientemente, la arquitectura política y económica del telón de azúcar ha empezado a descomponerse con la reiniciación de relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos. “Más allá del telón de azúcar” propone contextualizar el proceso de “normalización” a través de una excavación de su pasado, presente, y futuro. Más allá de representaciones de un “telón de azúcar” o “embargo emocional,” este proyecto se enfoca en los espacios y momentos de conexión en el período pos-1959, sobre todo pero no exclusivamente entre Cuba y los Estados Unidos. Estudiantes, activistas, familiares y periodistas: los lazos humanos han, durante mucho tiempo, desafiado a todas las fronteras políticas, traspasando los límites materiales y afectivos del aislamiento diplomática. En medio de las circunstancias menos propicias, ciudadanos de los dos países han buscado espacio para la inspiración mutua, el desacuerdo productivo, la amistad, y hasta el amor.

 

[1] Hay otras versiones del mismo concepto que han aparecido a lo largo de las décadas, incluyendo la "cortina de azúcar" y la "cortina de bagazo."