Interview with Stephen Kinzer

Cuéntenos sobre su primer viaje a Cuba. ¿Cómo lo recibieron?

En 1974, me dieron permiso para ir a Cuba, en un momento en que muy pocos periodistas o ciudadanos estadounidenses podían ir. Entre 1974 y 1984, fui a Cuba alrededor de diez veces, una vez por año. Aún se percibía la “mística” de la Revolución, se creía que todo iba a salir bien.

Recuerdo haber investigado las elecciones piloto en Matanzas, llamadas Poder Popular, un tema del que todos los cubanos hablaban. También presencié la apertura del mercado de granjeros, donde los cubanos traían todo lo que podían vender una vez que estos abrieron. También me acuerdo de que en una ocasión, un grupo de oficiales me llevó a Alamar, cuando apenas la habían terminado de construir. En esa época, este sitio era visto como un vecindario modelo. También me llevaron a Mazorra, el hospital psiquiátrico, a diferentes proyectos en construcción, y a otros sitios para que pudiera hablar con gente cubana sobre los triunfos de la Revolución.

En la década de los setenta, a mi parecer, los cubanos vivían bien. Habían sido capaces de seguir, de manera exitosa, prácticas económicas que habían fallado en otras naciones, gracias a los subsidios de la Unión Soviética. Particularmente en la segunda mitad de la década de los setenta, me quedé con la impresión de que si eras una persona pobre ordinaria, podrías tener una mejor calidad de vida en Cuba. No había faltas materiales, y el gobierno tenía la capacidad de esconder los problemas económicos.

¿Existía mucha infraestructura para el turismo en ese momento, sobre todo para los turistas canadienses o latinoamericanos?

Los canadienses fueron bienvenidos a la isla. Cuba era un país aislado y por eso la idea de recibir a extranjeros era muy atractiva. Recuerdo haber conversado con un hombre de negocios canadiense en la piscina del hotel. Me dijo, “Somos capitalistas, y eso quiere decir que capitalizamos las oportunidades. Gracias a ustedes, se nos ha dado una oportunidad.” Estos hombres vinieron para hacer negocios porque las compañías estadounidenses se habían ido. Tiempo después, se dio el fenómeno de los canadienses que venían solamente para ir a la playa. Les daba igual que fuera Cuba u otro país, a diferencia de los estadounidenses que pensaban en Cuba como una planeta aparte.

La primeras veces que yo fui era obligatorio hospedarte en los viejos hoteles americanos. No fue hasta los años ochenta que aparecieron más opciones. El gobierno demoraba en invertir sus recursos en Varadero, que después se convirtió en un sitio ideal para el turismo. Pienso que los canadienses fueron los primeros que le dieron al gobierno la noción de que el turismo pudiera ser muy lucrativo.

¿Cómo se veía a Cuba y la Revolución en América Latina en los años 70 y 80?

Cuba fue un asunto muy controversial. En muchos países latinoamericanos se le miraba como la fuente de todo los males. Tomando el ejemplo de lo que había pasado en Cuba, la élite en países como Guatemala y El Salvador concluyó que debían usar cualquier medida para frenar una revolución. Al mismo tiempo, Cuba fue un ejemplo para los revolucionarios latinoamericanos. Fidel Castro y el Che Guevara inspiraron a muchos, por su liderazgo en desafiar a los países más poderosos. Una pequeña isla nación en América Latina había logrado incomodar a los Estados Unidos. Fue como una venganza después de un siglo de intervenciones. Entre los ciudadanos latinoamericanos ordinarios, brotaba un gran sentido de solidaridad con Cuba.

Sin embargo, quiero subrayar un efecto negativo de esta inspiración. Los revolucionarios de otros países interpretaron fatalmente el ejemplo de Cuba. Empezaron a creer que para ganar una revolución y asumir el poder político solamente tenían que unir a un grupo de rebeldes, subir a las montañas, y empezar a atacar las estaciones de policía. Estas insurgencias provocaron una represión brutal que diezmó a toda una generación latinoamericana. Trabajando como periodista en la región, tuve que reexaminar mi opinión sobre el Che Guevara y la inspiración que ofreció. El ejemplo apasionante de Cuba tuvo un impacto complicado y violento en América Latina.

Sobre el Crimen de Barbados

Nota editorial: En 1976, el vuelo 455 de Cubana de Aviación fue tumbado por una bomba a manos de un grupo de exiliados cubanos y venezolanos con vínculos a la CIA. Las 73 pasajeros que volaban en el avión murieron en el ataque.

En la época en la que trabajaba como un periodista freelancer para el Boston Globe, enfocado en América Latina, solía hacer viajes por todo el Caribe incluyendo a Barbados. El siguiente destino iba a ser Cuba. En ese momento, los boletos eran de papel, y llenaban una página entera. En cada parada te quitaban una página. La penúltima página de mi boleto era el pasaje de Barbados a Cuba. Terminé con anticipación mi trabajo en Barbados y decidí adelantar mi salida para Cuba. Fui a la oficina de Cubana de Aviación para asegurarme de conseguir un asiento en el vuelo previo y, después de una negociación, me dieron un asiento.

Estaba tomando sol en la piscina del Hotel Riviera, cuando llegó mi amigo periodista Lionel Martin, un periodista canadiense. Me preguntó, “¿Viste lo que pasó? Se estrelló un avión cubano en el mar cerca de Barbados.” En el momento sólo se me ocurrió preguntar, “¿Fue un accidente?” Lionel me miró y me dijo, “Los aviones no se estrellan en el aire sin que alguien los haga estrellarse.” Fuimos al bar para escuchar a la radio, y de repente se me ocurrió que ese era el mismo  avión en el  que yo debía haber viajado. Apenas lo había perdido.

Esto me afectó profundamente. Estaba sólo en Cuba, y no había otros periodistas estadounidenses. Llegaron un millón de personas a la Plaza de la Revolución. Fue la multitud más grande que había visto en mi vida. Pusieron como seis ataúdes en la plataforma, porque habían logrado recuperar unos cuantos cadáveres. Una de las víctimas, una aeromoza, era la esposa de un cineasta cubano famoso. También venían jugadores del equipo juvenil cubano de esgrima. Fidel estuvo en el evento. Me senté a unos cuantos metros de él en la tribuna cuando hablaba con el público. Fue la primera vez que había visto a Castro tan de cerca cuando él estaba trabajando.

Fue un incidente muy impresionante. Después me quedé al tanto de las investigaciones. Nos enteramos de que Luis Posada Carriles había participado, y surgió la noticia de sus conexiones con la CIA. Castro se dio cuenta de que era un momento histórico, la cima de los ataques de la CIA contra él y contra Cuba. Pero en los Estados Unidos nadie se interesaba por el evento. Los medios de comunicación ni le dieron cobertura, y no llegó a penetrar en la conciencia popular.

¿Cómo respondió Cuba a los intentos de normalización de Jimmy Carter y sus esfuerzos para reconfigurar las relaciones EE.UU.-Cuba?

Durante el periodo en que yo viajaba frecuentemente a Cuba, el gobierno cubano no cambió públicamente su retórica sobre sus relaciones con los Estados Unidos. Gracias al influjo de dinero desde la Unión Soviética, el gobierno no tuvo que aceptar el salvavidas que ofreció Carter. De hecho, el cambi0 de tono proveniente de la Casa Blanca fue de un modo casi sospechoso después de tantos años de hostilidades.

Dí cobertura al tema del puerto de Mariel desde Florida y Cuba. Primero estaba en Cayo Hueso cuando los cubanos  empezaron a llegar en grandes números a una base naval. Luego mi editor decidió que yo debía ir a Cuba para investigarlo desde allá. Logré pasar por unos cuantos puestos de control y llegué al puerto de Mariel. Los cubanoamericanos viviendo en Florida venían a recoger a los cubanos que querían irse. Carter no estaba preparado para esa cantidad de personas, y Castro fue muy inteligente en todo esto. Básicamente les dijo, “Ahora son de ustedes.” Ya era tarde para que los Estados Unidos retrajera su bienvenida que habían dado a todos los cubanos que querían irse para allá.

Los oficiales cubanos se enojaron de que tantos quisieran irse, pero también se divirtieron y se sintieron satisfechos de que al final el gobierno cubano hubiera podido manipular a los Estados Unidos. Para los americanos, lo de Mariel fue como un choque. En ese momento Jimmy Carter se dio cuenta de algo: extender la mano a Castro fue invitar una mordedura en el dedo.

A raíz de de ese éxodo masivo (con el apoyo implícito del gobierno cubano), surgieron debates sobre por qué tantas personas querían escapar de Cuba. Los cubanos empezaron a hablar sobre qué significaba que su vecino que se hubiera ido, preguntándose si era un traidor de verdad o simplemente harto de las escaseces y limitaciones en Cuba. Después del episodio de  Mariel, los oficiales cubanos se quedaron preocupados por los siguientes temas: hasta qué punto debían abrirse a la sociedad cubana, y cuáles era las posibles consecuencias de nuevos proyectos basados en la participación cívica - especialmente dada la historia de la CIA en su país.

La “época dorada” [de los años 70 y 80] versus la Cuba de hoy: ¿qué ha cambiado?

En los años 80 parecía que las cosas iban bien para Cuba, que Cuba podría servir como un modelo para América Latina. Ahora parece claro que, en muchas cosas, la isla ha quedado atrás. En los 70, los cubanos sentían orgullo del progreso que habían hecho comparado con otros países centroamericanos. Ahora se preguntan por qué su experimento no ha salido como ellos querían. Hoy en día, muy pocos cubanos te van a decir que su país sigue un camino alentador y positivo. Yo fui testigo de ese cambio de la mentalidad cubana, de “vencimos” a “fallamos.” Piensen en Alamar. Cuando me llevaron allí fue para que yo viera todo lo bueno que hacía Cuba. Pero ahora “Alamar” es sinónimo de catástrofe. Sirve como una metáfora. Como el proyecto cubano en general, al principio todo iba bien pero no tenían todo lo necesario para asegurar su éxito.

Dentro de Cuba hay mucho afecto residual para los norteamericanos. Hoy, cuando se preguntan por los estadounidenses, el cubano no piensa en la CIA o en los intentos de asesinar a Fidel Castro. Me parece que los jóvenes cubanos tienen sentimientos mucho más positivos hacia los Estados Unidos. Y en eso se parecen más a sus abuelos, con una generación menos entusiasta por el medio.