Movilidad y educación en Cuba

Mette Louise Berg

A lo largo del siglo veinte, la educación formal ha sido un aspecto importante de la búsqueda de la modernidad y la nacionalidad en sociedades poscoloniales, y las escuelas han sido imaginado como espacios para desarrollar sujetos modernos y nacionales. Sin embargo, la educación también provoca aspiraciones para una movilidad transnacional. En Cuba esta tensión ha sido un reto para el gobierno socialista. La educación se entiende como uno de los logros más durables y positivos de la Revolución, y por eso la migración de las personas educadas bajo ese sistema ha representado no sólo una pérdida de profesionales capacitados, sino una mancha política también.

Durante varios años, he investigado las redes transnacionales de los graduados de la “Escuela Vocacional La Lenin” (o “La Lenin,” popularmente), la escuela más prestigiosa de la Cuba socialista. En total, he entrevistado a 50 ex-alumnos sobre sus recuerdos y experiencias personales de La Lenin. Este grupo incluye a personas entre 19 y 50 años de edad, aproximadamente, hombres y mujeres en igual parte, que asistieron a La Lenin entre 1972 y 2010, y que ahora viven en España, Cuba, Francia, los Estados Unidos, y Gran Bretaña.

Mi proyecto parte de una paradoja, una pregunta que surgió de mis investigaciones anteriores sobre la diáspora cubana en España. Desde el principio de la época socialista, irse de la isla era problemático, políticamente, pero los graduados diaspóricos me han contado continuamente que sienten una conexión fuerte a su escuela, y a otros ex-alumnos. Esos lazos se manifiestan en numerosas redes sociales, y un cuerpo de poesía y música digital homenajeando a La Lenin. Fuera de los espacios digitales, los graduados mantienen amistades, muchas veces transnacionales, y muchos participan en reuniones regulares de ex-alumnos. Para muchos de ellos, es una parte fundamental de su identidad, lo que indica un vínculo íntimo entre la escuela y su sentido de ser. Curiosamente, a menudo los graduados describen su relación con la escuela en los mismos términos que otros usan para hablar sobre la identidad nacional. Las palabras de una ex-alumna lo expresan perfectamente:

Yo diría que uno de mis pasaportes adonde quiera que vaya yo francamente diría que soy de La Lenin. No viviría de eso, no lo estaría repitiendo a cada rato...pero fácilmente…te diría que sí, sería mi visa en un grupo de amigos y por lo menos ha sido así, cuando he conocido a un cubano que sea de otros años siempre le pregunto, “¿eres de La Lenin?” Es como algo que necesitas para entablar una conversación o para al menos desahogarte en el extranjero…

(Claudia, entrevistada en Barcelona, estudiante de La Lenin a finales de los años 1990)

Propongo que las redes informales que Claudia y muchos otros describen se pueden ver como una esfera pública diaspórica: una formación diaspórica no nacionalista.

Considerando que cualquier recuerdo de Cuba es politizado de cierto modo, vale la pena decir que la memoria no es un reflejo sencillo del pasado - recordamos en una manera selectiva y nuestros recuerdos siempre se vinculan a los contextos sociales y culturales del momento. Por eso, lo que he querido hacer no fue verificar o documentar las virtudes o defectos del sistema educacional de Cuba, sino explorar por qué los graduados de La Lenin siguen identificándose tan fuertemente con su escuela aún después de irse de Cuba, y lo que nos enseña sobre el sentido de pertenecer en Cuba y su diáspora.

La Escuela V.I. Lenin y el Hombre Nuevo

La Lenin es un internado selectivo en La Habana para los adolescentes de 15 a 18 años de edad. Se estableció en La Habana a principio de los 1970 para desarrollar un nuevo sujeto político, el “Hombre Nuevo” de Ernesto Che Guevara, que trabajaría para construir el socialismo en Cuba. El complejo de La Lenin se encuentra en los alrededores de La Habana. En los días de su apogeo, incluía residencias construidas al efecto, instalaciones instruccionales, una biblioteca, campos para deportes, una piscina olímpica, teatros, laboratorios bien provistos para estudiar idiomas y ciencias, una enfermería, peluqueros, y una fábrica donde los estudiantes trabajaban de tiempo parcial. Según una ex-alumna cuya padre se había graduado con una de las primeras clases, fue “el sueño de la Revolución en ese momento.”

Fue una escuela emblemática de mucho renombre que gozaba de recursos desde el primer momento, lo que nos enseña la importancia de la educación para el gobierno revolucionario. Por eso los graduados de La Lenin que se han ido de Cuba representan un fracaso para el proyecto revolucionario, dado esa inversión - financiera, política, y simbólica - en la escuela. ¿Qué, entonces, está en juego cuando los ex-alumnos continúan identificándose con la escuela y la conciben como un sitio clave para su inclusión social cuando obviamente no se han convertido en los sujetos revolucionarios que la escuela debía construir?

Para mi, esta pregunta nos puede ayudar a aclarar algunos aspectos de la historia reciente de Cuba desde el punto de vista de sujetos privilegiados, simbólicamente y materialmente, como los beneficiarios deseados de la Revolución. También nos dice algo sobre el vínculo entre la movilidad social y espacial. Varias escalas de movilidad aparecen en los recuerdos de mis entrevistados, por ejemplo, dejar una escuela local y municipal para La Lenin, un sitio prestigioso y nacionalmente reconocido, y luego para la universidad, a veces en el extranjero; pero también dejar el hogar paterno para ir al internado, y luego al extranjero. Para muchos de mis interlocutores, salir del hogar para ir al internado, una mudanza insignificante, geográficamente hablando, significaba mucho más e implicaba un cambio más importante que su movilidad internacional posterior. Dejar el hogar familiar representaba un momento de crecimiento personal, en que muchos se independizaban. Ser estudiante en la escuela también les dotaba de cierto prestigio social, a veces consolidando una posición social alta, y a veces fomentando la movilidad ascendente. En todo caso, la escuela fue sede de una experiencia transformacional.

Los sujetos diaspóricos no siempre se identifican principalmente con su país, como sugiere la frase “diáspora cubana.” Su identificación con otras personas y lugares - por ejemplo, su casa, calle, barrio, ciudad, o región - puede ser más profunda. En tal caso, ir para vivir y estudiar en la Lenin, y la importancia asociada a ser estudiante en la escuela, parece más importante en los recuerdos de mis interlocutores, que su movilidad internacional posterior. Una mujer ahora residente en Nueva Jersey dijo enfáticamente: “la escuela me hizo quién soy,” y un hombre que vive en Mallorca lo llamó “un legado, como una fraternidad, que te marca.” Aunque no todos los graduados se identifican tan profundamente con la escuela, para muchos fue una faceta significativa de su sentido de ser, sugiriendo un vínculo entre la escuela y su identidad.

Como consecuencia, las redes de amistades y relaciones familiares asociadas a la escuela - estas redes muchas veces confluyen como resultado de matrimonios entre ex-alumnos, y graduados recientes muchas veces pertenecen a la segunda generación que ha asistido a la escuela - constituyen una geografía afectiva transnacional, producida y reproducida a través de memorias, narrativas, apoyo recíproco, y performances corporales de identidad de graduado. ¿Cómo llegó a ser así?

El gobierno revolucionario pensaba crear un nuevo sujeto político, el “Hombre Nuevo,” que debía ser tanto socialista como patriota. Para Ernesto Che Guevara, forjar el “hombre nuevo” era tan importante en el proceso de construir el comunismo como la transformación de la base material de la sociedad cubana. Las escuelas tenían como objetivo explícito minimizar la influencia perniciosa de la tradición dentro de la familia: los nuevos cubanos debían ser hijos de la Revolución.

Sin poder acceder al archivo de la escuela, es difícil precisar el nivel de movilidad social que implicaba ese nuevo sistema. Una narrativa escrita a finales de los años 1970 plantea que la escuela había logrado cierto equilibrio de género entre su población estudiantil. Mis entrevistas con ex-alumnos subraya cierta homogeneidad racial, con una mayoría blanca entre los estudiantes en el pasado y el presente, reflejando problemas persistentes relacionados a la desigualdad racial en Cuba. En cuanto a su estado socioeconómico, un hombre ahora residente de Nueva Jersey nos presenta un cuadro algo mixto:

Y bueno definitivamente había gente pobre de clases pobres, de clase media pero lo que no faltaba ninguno era la gente de clase alta…Cuando yo entré…creo que fue en el 72… en mi año estudiaron los hijos de Fidel…como tres de ellos,... la hija de Che…los hijos de todos esos personajes...importantes, ¿no? Los hijos de todos los ministros (…) y todo pero entre ellos estábamos nosotros que que no teníamos unas familias más poderosas.

Las perspectivas que dan ex-alumnos de La Lenin se parecen mucho a pesar de los hasta cuarenta años que los separan. Describen una vida diaria circunscrita por el complejo de la escuela, con días estrictamente reglamentados a partir del aldabonazo por megafonía a las 6 de la mañana, y después ejercicio, inspección, desayuno, y clases. La mayoría de los estudiantes participaban obligatoriamente en trabajo manual 2-3 días a la semana. Por la tarde, estudiaban solos, pero con una noche a la semana dedicada a algún entretenimiento organizado por la escuela. En los fines de semana los alumnos regresaban a casa, aunque ese derecho se podía quitar como castigo en caso de alguna infracción disciplinaria.

Los legados de la vida de estudiante

¿Puede ser que la Revolución tuvo tanto éxito en socializar a sus hijos y jóvenes que las amistades que nacieron en el internado llegaron a ser más importantes que la familia o la política? ¿Eso explica el apego que muestran los ex-alumnos a escuelas como La Lenin, aún cuando rechacen su paradigma ideológico parcial- o totalmente? Muchas veces, sus graduados han descrito amistadas que perduraron más que sus años en la escuela. Andris, que estudió en La Lenin en los años 1990, pero que vive ahora en España, nos cuenta sobre el impacto de las amistades forjadas en la escuela:

…casi todos son de La Lenin…son amigos de la universidad pero estudiaron en La Lenin también…se montó una fiesta cuando llegué y es como mudarme de barrio casi vamos. Sí, yo llegué muy integrado…y me encanta la vida aquí…extraño a mis padres pero Cuba, no, no la extraño mucho realmente. Básicamente porque lo que uno extraña es, no es el pedazo de tierra es a la gente y la gente no está de todos modos…mi generación está completamente fuera de Cuba.

Reflexiones finales

La Escuela Lenin es una parte de la historia de la Cuba revolucionaria, contada aquí por algunos de los sujetos que eran fundamentales a los conceptos revolucionarios de la subjetividad. Una de las consecuencias paradójicas e imprevistas de la escuela fue forjar fuertes vínculos afectivos entre graduados, no sólo los que coincidieron en la escuela, sino entre todos los ex-alumnos - un tipo de comunidad imaginada, aunque la frase fue originada para identificar las comunidades nacionales.

Pero las redes transnacionales que he trazado aquí son un ejemplo de asociaciones basadas en la escuela, que nutren sociabilidades diaspóricas no nacionales o nacionalistas sino institucionales (basadas en la escuela y sus experiencias comunes a una edad formativa): una esfera pública diaspórica en que el estado-nación no rige el cambio social.

Todo esto plantea una pregunta sobre la identificación con La Lenin: ¿es una forma de identificar con Cuba como país, y hasta qué punto es una identificación supranacional? ¿Podemos pensar en estas redes como una formación diaspórica anti-esencialista y anti-nacionalista? Estas cuestiones son importantes porque provocan conversaciones más amplias: si una diáspora puede contribuir al desarrollo nacional, y sobre la comunidad y formación de diáspora en un contexto de globalización y migración transnacional de una élite educada.

Finalmente, estos testimonios plantean preguntas sobre el nexo entre la movilidad social y espacial y su importancia cultural y social para los sujetos con movilidad en un mundo globalizado. A veces los investigadores del tema migratorio ponen demasiado énfasis en su objeto de estudio, “la migración,” cuando a veces, deberíamos comenzar con los imaginarios populares y después preguntar por el significado de la migración en ellos.


 

Este ensayo se basa en un capítulo más largo: “‘La Lenin is my passport’: schooling, mobility and belonging in socialist Cuba and its diaspora,” publicado en Identities: Global Studies in Culture and Power [paywall]. Todas las entrevistas fueron realizadas en español; he cambiado los nombres de los entrevistados para hacerlos anónimos. Quiero agradecer al John Fell OUP Fund que ha financiado esta investigación, y a Margalida Mulet Pascual que me ayudó en ella, y a todos los ex-alumnos que compartieron sus experiencias conmigo. Yo soy la responsable en caso de cualquier error.

 

Foto: Colección personal del autor, de origen desconocido.