Sam Kellogg

Al oeste del Vedado en La Habana, dos parques se han convertido, en su propia manera, en destinos. Son del mismo tamaño, cada uno ocupa una cuadra completa, y ambos son parques del vecindario bordeados por casas y árboles floreados de framboyan. Ambos son entrecruzados por caminos pavimentados para caminar, tienen algunos bancos para sentarse, y son interrumpidos por pedazos de sol y de sombra. Son lugares donde se reúnen los jóvenes y los ancianos. Los dos parques son parecidos al estilo tradicional de un parque-plaza hispanoamericano y de lo que el arquitecto James R. Curtis llama un “espacio público socialista” en su artículo Vedado’s Parque Coppelia. Pero los dos parques, aparte de ofrecer sombra y espacio verde, también tienen una característica especial.

Al este, el Parque Lennon tiene una estatua de bronce del difunto John Lennon, cantante de los Beatles. La estatua es una parada turística indispensable y un sitio de fotos popular para los miles de turistas que visitan La Habana cada año—particularmente esos que reservan un tour en uno de los carros estadounidenses icónicos de La Habana. Ernesto, un residente local que vivió cerca del Parque Lennon donde paran cada día docenas de convertibles clásicos llenos de turistas con cámaras, me contó que una vez hizo una busca usando el sitio Google Image y que encontró innumerables fotos idénticas de la estatua y de algunas casas y edificios alrededor. Negó con la cabeza y se rió al contarme lo que había descubierto. “Mi casa es famosa,” él dijo.

El otro parque, oficialmente llamado el Parque Wifredo Lam, como el celebrado pintor cubano, pero mejor conocido localmente como “el parque wifi,” queda a solo unas cuadras y es visitado frecuentemente por razones completamente diferentes por turistas y residentes locales. Es aquí donde Ernesto se pasa la mayoría de sus tardes y donde él hizo su busca de fotos en Google Images. Encontrados a la mitad de los postes telefónicos que rodean el parque están las antenas de wifi hechas en China, ofreciéndoles acceso público de Internet a los visitantes del parque. ETESCA, la compañía de telecomunicaciones del estado que supervisa el desarrollo de infraestructura y administra el Internet junto al Ministro de Comunicaciones, afirma que ahora existan 432 sitios de acceso público a lo largo de la isla. Mientras La Habana tiene más sitios que las otras partes del país—especialmente al ser comparada con áreas rurales—es notable que las quince provincias de Cuba, y la históricamente aislada Isla de la Juventud, ahora tienen al menos algunas áreas de conexión públicas. El acceso es, en principio, mucho mejor que era en el 2015, cuando el programa comenzó con solo 35 sitios alrededor de la isla. Aún, conexiones privadas en hogares siguen siendo extremadamente raras, por lo que, para la mayoría de los cubanos, los parques y sitios similares públicos siguen siendo los únicos lugares de conexión.

Aún si, este Internet público no es gratuito, y no funciona en la misma manera que el Internet se accede en otras partes del mundo—como en Perú, Myanmar, o en los Estados Unidos. Pasé dos meses en Cuba durante el verano del 2017 aprendiendo sobre la adopción del Internet y otras tecnologías digitales de comunicación para entender cómo estas redes globales de información, capital, y poder están remodelando las maneras en las que los cubanos se relacionan con sí mismos y con el mundo. La era después de diciembre del 2014, cuando los presidentes Castro y Obama juntos anunciaron la apertura de relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos, se puede caracterizar como “post-thaw”—reconociendo, aún, que los grandes cambios económicos y sociopolíticos en progreso preceden y sobrepasan este específico evento diplomático. Este “anuncio dramático” funciona como un punto de partida para los estudios enfocados en el cambio en la Cuba contemporánea, como testifica la introducción de William M. LeoGrande a la edición del verano 2017 de Social Research sobre Cuba. Este artículo sirve como mapa preliminar de mis pensamientos sobre la mediación de tecnologías digitales y la interacción de Cuba con economías de data global en este momento de cambio en relaciones, y ofrece un primer esbozo de una nueva forma de trabajo informal, y mayormente inmaterial, diseñado alrededor de los parques de wifi cubanos, una práctica que yo llamo tarjeterismo. Pero, para describir este nuevo tipo de trabajo, primero hay que entender exactamente cómo las personas se conectan al Internet en los parques de wifi, y cómo esto se realiza realmente en los espacios públicos.

El proceso de conectarse va así. Visite su sitio público de conexión (comúnmente un parque), prenda el wifi de su aparato (los teléfonos celulares son los más comunes, aunque los laptops cada día se ven más), y conéctese a la red pública llamada WIFI_ETECSA. A la vez que se conecte, aparece una pantalla de Nauta, el portal de ETECSA, por donde pasa casi todo el tráfico de Internet en camino a la red de Internet global. Hay que aceptar las condiciones en inglés y en español--un acto tal vez hecho en reconocimiento del gran crecimiento del turismo estadounidense desde la apertura de relaciones en el 2014—e ingresar un nombre de usuario y una contraseña en los espacios proveídos. Si ingresa su nombre de usuario y contraseña correctamente, será conectado al Internet. Si ha pasado tiempo desde su última conexión y su teléfono tiene las notificaciones encendidas, prepárese para recibir un diluvio de alertas a la vez.  

Con un carnet de identidad oficial, los ciudadanos cubanos y residentes extranjeros pueden registrar cuentas permanentes con ETECSA usando un correo electrónico. Hay que visitar un sucursal de ETECSA y abrir una cuenta con la identificación apropiada. Esta cuenta puede ser usada para entrar a Nauta y acceder al Internet. Para los usuarios que no tiene una cuenta permanente, la única opción es comprar una tarjeta de uso singular, una tarjeta de raspadita, que contiene un nombre de usuario de 12 dígitos y una contraseña. Estas tarjetas también se pueden comprar en sucursales de ETECSA, donde uno debe presentar una forma de identificación válida—un pasaporte, en el caso de visitantes extranjeros. Las colas son largas, y no todos los sitios de acceso tienen sucursales de ETECSA cerca—este es el caso del Parque Wilfredo Lam. Esto quiere decir que si se acaba el tiempo en su tarjeta de uso singular y necesita mandar un correo electrónico, es posible que pasara la tarde haciendo la cola para conseguir otra. Aquí es donde entra el tarjeterismo.

Ernesto, que vive cerca del Parque Lennon, es uno de muchos cubanos que han empezado a mantenerse con la venta ilegal de acceso al Internet, haciendo la cola en sucursales de ETECSA, comprando varias tarjetas de uso singular, y revendiéndolas al precio doble a los visitantes de los parques de wifi. Las ventas son hechas con discreción, dado la criminalización de revender, aunque caminar solo unos minutos en un parque revela quién está vendiendo y por cuánto: al cruzar la calle, yo obviamente siendo un extranjero, “tss, tss, tarjeta amigo” anunció mi llegada. Una rápida negociación, una confirmación de precio, una billetera abierta, y dinero en efectivo—2 o 3 CUC—es cambiado por un pedazo de papel representando una hora de conexión.

El negocio funciona así: Ernesto va a la sucursal local de ETECSA en la mañana, compra más tarjetas, y se va para el parque. El solo puede comprar tres tarjetas en cada sucursal al día, así que muchos tarjeteros y tarjeteras tienen a sus amigos o familiares hacer la cola, o visitan varias sucursales en la mañana. Ernesto también me sugirió que algunos CUC extras al agente de ETECSA correcto lo dejarían sobrepasar el límite diario, aunque la mayoría de personas que venden tarjetas con los quien yo conversé dijeron que no hacen esto.

En el parque, Ernesto tiene su “territorio” en una esquina específica donde él vende sus tarjetas, y tiende a ser consistente con las horas que está ahí. Cuando se va, uno de sus amigos se encarga de la esquina por la tarde, y otro amigo está ahí antes de que él llegue. Esto no es un negocio de 24-horas, pero lo es casi. Juntos, estos hombres son socios—uno de los socios de Ernesto describe al grupo como una “mafia,” aunque el nivel que esto fue simplemente una demostración exagerada de su masculinidad es incierto. Para varios de ellos, vender tarjetas es su fuente primaria de ingreso. Como Ernesto y uno de sus amigos fueron encarcelados por varios años, se les hace difícil encontrar empleo legal. Ellos no quieren regresar a las actividades que causaron sus arrestos, y vender tarjetas es un negocio de poco riesgo que deja que ellos ganen dinero por su cuenta.

Cristina, otra vendedora de tarjetas quien yo conocí, tiene un arreglo similar con algunos de sus amigos en otra esquina del parque. Como Ernesto, ellos empezaron poco después que el servicio de wifi comenzó en el 2015, y entonces tienen una presencia establecida y reconocida por los visitantes del parque y otros vendedores. La confirmación de su territorio es legitimada por el hecho que su presencia en el parque es constante y de que fue una de las primeras personas que empezó a vender. La invasión del territorio de otros vendedores es visto como un acto inconsiderado, y hasta agresivo. Cuando varios vendedores nuevos empezaron a vender tarjetas y marihuana en la esquina de Cristina, ella estaba furiosa. También estaba preocupada: ella me dijo que poco tiempo antes alguien había sido apuñalado por un conflicto de territorio. Aún, Cristina tiene relaciones fuertes con los visitantes del parque, que aseguran siempre compararle las tarjetas a ella en vez de a otros vendedores, lo que comprueba que su territorio no está en peligro.

El negocio de vender tarjetas no es muy productivo, y hasta puede ser peligroso. Cristina ha sido recogida por la policía para un interrogatorio, pero luego fue liberada porque no tenían las pruebas suficientes. Otros describen experiencias similares de encuentros con la policía, pero como el trabajo de los tarjeteros y las tarjeteras es tan obvio, es imposible que la policía no esté consciente de la práctica. Más bien, las intervenciones parecen ser arbitrarias, aunque las consecuencias son grandes: la primera vez que un tarjetero es descubierto deben pagar una multa de 1,500.00 moneda nacional (~$60.00 USD), una cantidad carísima para la mayoría de cubanos. Entonces, ese solo encuentro con la policía, aunque no resultó en el cobro de la multa, fue suficiente para hacer que Cristina fuera más precavida.

Pero Cristina no fue lo suficiente precavida para dejar de vender tarjetas. Su posición inestable en la economía pos-Período Especial necesita que ella complemente el ingreso de sus dos otros trabajos—uno limpiando una locación de renta de Airbnb en La Habana y otro limpiando un edificio del gobierno—con su negocio en el parque. “Ya nadie sobrevive en el salario del estado,” ella me dijo, frustrada. “Hay que inventar.” Ella vive con su hermano, su hijo, su nuera, y su nieta en un apartamento a unas cuadras del parque. Sin tener familia al extranjero que la ayude, empezó en el tarjeterismo como un trabajo adicional necesario.

Durante el curso de mi investigación, he llegado a entender que, mientras vendiendo tarjetas es como las tarjeteras y los tarjeteros son compensados por su presencia en el parque, vendiendo tiempo del acceso de wifi definitivamente no es el único servicio que ellos proveen. Como muchos pasan la gran parte de sus días en los parques, se convierten en nódulos para la transmisión de los chismes y las noticias del vecindario, y frecuentemente pueden adquirir otros servicios y productos ilegales para los visitantes del parque, lo mismo un viaje en un taxi sin licencia que un pomo de aceite de cocinar fuera de lo aprobado. Por supuesto, esto solo no los diferencia de otros visitantes de los parques.

Los vendedores de tarjetas también prestan un servicio esencial al interfaz entre el humano y la red tecnológica. Como cualquier visitante de los parques puede confirmar, conectar al wifi no siempre es un proceso tan fácil como fue descrito en mi explicación previa. En las sombras de las tardes, cuando el sol ha bajado al oeste, el parque se llena de visitantes llamando a amigos y parientes por imo (la aplicación de llamada de video preferida), mirando videos en YouTube, y chateando en WhatsApp, como mostrado en la película de Zoe Garcia, Conectifai. Durante las horas populares, todas estas conexiones pueden sobrecargar al sistema fácilmente, y las conexiones se reducen a velocidades tan lentas que es casi imposible conectarse. Durante tiempos menos populares, por razones misteriosas relacionadas a cookies sobrantes o a ajustes de wifi incorrectos en celulares individuales, puede ser una lucha frustrante conectarse. En estas situaciones, el tarjetero les enseña a los usuarios las estrategias apropiadas para restaurar la conexión, sugiere otras antenas que se pueden probar, ofrece tiempos buenos para regresar cuando la conexión no esté atestada, y actúa generalmente como un agente de ayuda informal de ETECSA. Ayudando a Cristina una tarde, pasé quince minutos con una turista española mayor y su celular Samsung Galaxy tratando de conectarse. Los turistas, confrontados por primera vez con el portal Nauta poco intuitivo y la infraestructura misteriosa de ETECSA, son los más comunes beneficiarios del trabajo conectivo sin pago de los tarjeteros.

¿Hasta qué punto, entonces, tiene sentido entender al tarjeterismo como solo un tipo de negocio informal o una economía clandestina, en vez de como una pieza esencial e ignorada de la infraestructura del Internet de Cuba? Si, siguiendo a las académicas Lisa Parks y Nicole Starosielski, que se dedican al estudio crítico de la infraestructura, nosotros entendemos a las infraestructuras de los medios de comunicación como situados en sistemas socio-técnicos, yo sostengo que las tarjeteras y los tarjeteros desempeñan un papel crítico, como los antiguos telefonistas, permitiendo que fluya la información dentro de Cuba. Al ayudar a arreglar los problemas de conexión y enseñarles a usuarios nuevos como navegar el sistema, y al drásticamente facilitar el proceso de adquirir tiempo de acceso al Internet al proveer tarjetas, ellos se han convertido en participantes integrales y valiosos en un sistema socio-técnico complejo que conecta a muchos cubanos al Internet. Su trabajo es afectivo y mayormente inmaterial, regulando la interfaz dificultosa entre el Internet y los usuarios que existe en La Habana en este momento. Aunque algunos son capaces de mantenerse con solo este trabajo, los verdaderos beneficiarios de esta labor no son los mismos tarjeteros y tarjeteras, sino ETECSA y los mismos beneficiarios que disfrutan de grandes ganancias donde quiera que las personas se conecten al Internet: las grandes compañías tecnológicas como Facebook y Google.

Por consiguiente, yo afirmo que los parques de wifi de Cuba son útiles no solo para pensar en los futuros posibles de Cuba, en la era pos-Período Especial, sino también para reflejar sobre las sociedades de información global cada vez más integradas- las sociedades que el filósofo Gilles Deleuze llamó “sociedades de control.” Aquí, muchos de las relaciones sociales y materiales que han sido ocultadas en el mundo “desarrollado” salen a la luz: la infraestructura de los medios de comunicación y de los sistemas tecnológicos que son intensamente interrumpidos y que constantemente se rompe son, una y otra vez, apoyados, arreglados, traducidos, reciclados, y reimaginados por las personas que a menudo son forzadas a las márgenes de la sociedad y hechas invisibles. Si ignoramos estos modos de trabajo poco glamorosos, perdidos bajo el brillo deslumbrante de la tecno-utopía de Silicon Valley, nosotros también participamos en esta marginalización.

Por un lado, el acceso expandido de Internet en Cuba ha abierto nuevas posibilidades comunicativas y colaborativas para cubanos ordinarios que parecen ser positivas- yo aludo aquí al aumento del tiempo pasado chateando con los familiares y amigos al extranjero, hecho posible por las aplicaciones de videochat relativamente asequibles que son mucho más baratas que las llamadas telefónicas de larga distancia. Es verdad que, en comparación a las cartas que lograron cruzar el Estrecho de Florida durante los años 1970, la tecnología de hoy, el clima político, y la cultura de redes digitales permiten un diluvio de comunicaciones interpersonales que cruzan “el telón de azúcar.”       

Por el otro lado, el estado actual del acceso y la infraestructura del Internet, en vez de igualar las jerarquías o democratizar a la sociedad cubana, parece reforzar las antiguas disparidades estructurales entre los géneros, las razas, las clases sociales, y las personas de habilidades limitadas. Que muchos tarjeteros de los que yo conocí fueran afrocubanos, no tuvieran familiares al extranjero, fueran personas mayores o no pudieran trabajar por alguna otra razón, no es ninguna coincidencia. Cómo es cada día más difícil para los cubanos vivir de los salarios oficiales del estado—particularmente en La Habana donde los dólares turísticos han dramáticamente inflado los precios de la comida y de otros artículos—entonces la economía de tarjetas, y la más extensa economía clandestina de datos, les ofrece una manera de sobrevivir a muchos cubanos pobres.

Le pregunté a Cristina una tarde qué ella esperaba del futuro de Cuba, qué ella quería cambiar. Su respuesta fue directa: salarios del estado más altos. Como fueron las cosas en los años 1980. Los salarios ahora son demasiado bajos, ella me dijo, y el gobierno lo sabe; todo el mundo lo sabe. ¿Cree ella que la cosas cambiarán pronto? No. Tal vez un día. Esta opinión sobre la economía del estado y la necesidad constante de inventar nuevas formas de hacer alcanzar el dinero fue una creencia común entre muchos de los vendedores de tarjetas. La inscripción a la base de los pies de bronce de la estatua de John Lennon a unas cuadras dice “Dirás que soy un soñador, pero no soy el único.” Y Cristina y Ernesto definitivamente no son los únicos cubanos que han adoptado el tarjeterismo como trabajo, luchando con las conexiones en los parques públicos, para mantener a sus sueños vivos.

 

He cambiado los nombres de los entrevistados para mantener sus anonimidad.

Foto: Un parque wifi al calor del día en el Vedado, La Habana, Cuba. Foto por el autor, julio de 2017.

Translated by Laura Muñoz