Sebastián Otero Oliveras

Llego a La Habana el 29 de agosto del 2016 con mi equipo de grabación en la maleta, el violín en el hombro y Puerto Rico en mis dedos y garganta. Habría de pasar casi cuatro meses como estudiante universitario en la Universidad de la Habana y Casa de las Américas bajo el programa CASA dirigido por Brown University. Desde pequeño había escuchado y me habían hablado sobre la cercanía histórica y cultural entre Puerto Rico y Cuba; pocas veces en el tema de conversación había alguien que no citara los versos de Lola Rodríguez de Tió:

“Cuba y Puerto Rico son
de un pájaro las dos alas,
reciben flores o balas
sobre el mismo corazón…”

Quería ver por mí mismo el parecido entre nosotros los y las boricuas y nuestros hermanos y hermanas cubanas; quería descubrir algunos “quizaces” de Puerto Rico y su historia a través del lente de la isla hermana; quería oír sus inventos musicales y tratar de adentrarme lo más posible en alguna de sus tantas escenas; quería vivir intensamente casi cuatro meses en La Habana y salir teniendo por seguro que le había sacado el jugo. La curiosidad y entusiasmo dominaban tanto mi cuerpo que ver a Cuba desde el avión y sentir el aterrizaje en mi espalda, me acordaron las sensaciones de cuando me subí a un pájaro metálico por primera vez.

Mi casa quedaba en el barrio de El Vedado, área céntrica con mucha vida nocturna en la que comencé a descubrir lugares de mi interés, y desde donde podía salir fácilmente para mis aventuras musicales en los barrios adyacentes. Mi familia anfitriona, a quienes terminé llamando mi abuela y abuelo cubanos, estaban encantadísimos de hospedar a un boricua. Sí, María Elena, mi abuela, me recitó los primeros dos versos del poema de Lola el primer día en que me conoció. Se los digo, no falla. Ellos y su hijo me dieron sugerencias de lugares a visitar y de músicos para ver y escuchar. De los muchos objetivos y metas que me había propuesto, tenía uno muy en mente: conocer la escena de hip hop y la de los cantautores, las dos escenas que mejor definen mi proyecto musical. ¿Cómo empezar a investigar los lugares en que ambas escenas se pasaban? ¿Cómo contactar a miembros de dichos grupos? ¿Cuánto acceso podría lograr? Antes de volar a La Habana había hecho una buena búsqueda por internet de lugares y personas importantes en ambos grupos. Era cuestión de tiempo…pero no tenía mucho tiempo. Tenía fe en la suerte.

No podía irme de Cuba y no pasar por el estudio Real 70 de Papá Humbertico. Real 70 es el templo del hip hop cubano. Sus mayores exponentes, como Los Aldeanos, Silvito El Libre y Danay Suárez, grabaron en la casa de Papá Humbertico – productor, rapero, y dueño del estudio. Quien sepa de rap cubano y latinoamericano, sabe de Real 70. A la semana de mi llegada a La Habana, me tomé el atrevimiento de escribirle a Papá Humbertico por Facebook a ver si me dejaba ir a su casa, fue casi un salto al vacío. ¡Me contestó a los dos días! Cuadramos una fecha y de mi casa tuve que tomar dos almendrones – taxis colectivos – una guagua, y caminar unos 10 minutos para llegar a su casa. Una vez frente a su puerta me quedé afuera por poco más de un minuto inmóvil, nervioso y embobado, internalizando que iba a entrar a un lugar sagrado. Tantas veces que había escuchado “Real 70” en las canciones de grandes raperos cubanos y yo iba a entrar, iba a ver a Papá Humbertico en vivo y a todo color…iba a recibir un trago de ron como bendición. Ya podía hacer un “check-mark” en mi lista de cosas por hacer. Esto fue solo el comienzo y vaya genial comienzo. Recuerdo como ayer mirar a Papá Humbertico cabecear al ritmo de mi tema “Como los gatos en la calle.”

En Casa de las Américas, me matriculo en el curso “Legados de la esclavitud en la sociedad cubana contemporánea.” Ya sabía que el dúo legendario de rap Obsesión eran invitados para dar una conferencia sobre su trabajo y proyecto musical, específicamente debido a su propuesta y discurso racial en base a la dignificación de lo negroide. Lo que no sabía es que serían mis compañeros de clase. Sí, los vería semanalmente…estaba nerviosísimo cuando vi a Magia por primera vez esperándonos en las escaleras del Archivo Nacional. No perdí tiempo, me presenté como un boricua que hace música y rapea. No podía tener inhibiciones, tenía que aprovechar cada momento.

Les diría que los casi cuatro meses en La Habana fueron un sueño, pero esto era sin duda un sueño dentro de un sueño. A las tres semanas de haber empezado el curso, Alexei a.k.a. “El tipo este,” la otra mitad de Obsesión, me invita a su casa en el barrio de Regla para hablar con calma y ver si empezamos algún tema. Me pone un instrumental que había hecho, proponiéndome, “¿le quieres zumbar algo a esto?” A los dos días ya tenía mi parte escrita. En el siguiente encuentro grabé mi primera colaboración con un habanero, titulada “Dicen que dicen.”

Estas dos experiencias plenamente memorables me mostraron el fácil acceso a los artistas y músicos de la isla, acceso que me hace pensar en las razones de su apertura conmigo. Yo soy un joven boricua de tan solo 21 años, quien aún está gateando en el desarrollo de su vida musical, pero en menos de un mes había logrado pasar tiempo con leyendas del rap cubano. No fueron condescendientes conmigo, al contrario, estaban genuinamente interesados en mi trabajo y en mis pensamientos de base etnomusicológica acerca de la música caribeña. Sin duda, la sangre boricua fue un elemento importante, hace hincapié en la historia de nuestros países, en los lazos de solidaridad y en las tantas colaboraciones y embelecos musicales.

Como puertorriqueño, me fue impuesta la ciudadanía estadounidense justo al nacer - política que se remonta al 1917. La realidad de tener el pasaporte estadounidense por haber nacido en la colonia, trae consigo tanto privilegios como desventajas. Cualificamos para ayudas federales, pero no votamos por el presidente; viajamos a Estados Unidos sin visa, pero no tenemos representación en el Congreso. Cualificamos para becas en universidades, mi caso por ejemplo, pero cualquier producto que llegue a la isla tiene que ser traído en la marina mercante estadounidense, la más cara del mundo.

Muchos cubanos no saben tan a profundidad la repudiable situación de subordinación de los puertorriqueños “vis a vis” con Estados Unidos, y fueron muchas las conversaciones en las que tuve que deconstruir el imaginario idealista de amigos y amigas cuando me comentaban que yo la tenía muy fácil ante el mundo por andar con la ciudadanía estadounidense en el bolsillo. Este fue punto de partida de bastantes discusiones comparativas entre los sistemas de gobierno que rigen las dos islas. Llegábamos casi siempre a la conclusión de que ninguno de los dos sirve, y que aún hace falta mucho trabajo colectivo e individual por disfrutar mejor calidad de vida.

Ser boricua no siempre fue precisamente la mejor carta de presentación durante mis meses en Cuba. En la mañana del 19 de octubre, parto con Jorgito Kamankola, maravilloso cantautor y rapero habanero, hacia la municipalidad de San Cristóbal para acompañarlo en el violín durante el show que daría esa noche. San Cristóbal es una municipalidad pequeña entre Pinar del Río y La Habana, como a cuatro horas en guagua desde la capital. Las municipalidades de las zonas rurales tienden a ser mucho más estrictas, conservadoras y leales a la Revolución que la capital. Luego de pasar cuatro horas sentados en una madera desnuda de cojines, dejamos nuestras mochilas en la residencia del equipo nacional de fútbol, sobre camas igualmente desnudas, sin sábanas o almohadas.

El amigo de Jorgito, organizador del evento musical y a quien nombraré Pepe para efectos del relato, nos comenta que como no tengo visa artística, habría que presentarme como proveniente de Holguín para “evitarnos cualquier problema.” Holguín queda al este de Cuba y la gente allá tiene un acento de una mezcla de dominicano con puertorriqueño. En ese momento me sentí indiferente y aceptamos. Kamankola comienza su show y me llama a la tarima para el segundo tema diciendo: “Ahora llamo a mi amigo Sebastián Otero para que me acompañe en el violín.” Perfecto, no soy de Puerto Rico pero tampoco de Holguín. A la mitad del concierto, Pepe se sube a la tarima para cantar un tema con nosotros dos. Termina el tema y dice, “Por favor un aplauso para Jorgito de La Habana y para Sebastián de Holguín.” Me supo un poco amargo. Justo después, Jorgito le cede su guitarra a Pepe para que interprete un tema propio y yo lo acompaño en el violín. Termina y vuelve a decir, “un fuerte aplauso para Sebastián de Holguín.” Esta vez estuvo de más. Nunca había tenido que negar mi nacionalidad y jamás pensé que lo tendría que hacer en Cuba por primera vez, luego de tantas hermosas experiencias, iniciadas frecuentemente a raíz de conversaciones sobre Puerto Rico y Cuba. No podía dejar esto pasar, pero a la misma vez no quería meter a Jorgito en problemas.

Mientras Pepe toca dos temas más, le comento a Jorgito que me siento muy incómodo con todo el asunto. En eso se me acerca una mujer en sus sesentas y me pregunta si yo podía tocar alguna pieza en el violín. Lo pienso un segundo y le digo que sí. Me viro hacia Jorgito y le comento, “Hermano, yo no me sé ninguna pieza cubana tan bien como para tocarla aquí. Voy a hacer una danza puertorriqueña y no la puedo hacer sin decir que soy boricua.” Nos subimos al escenario y Jorgito se dirige a la audiencia – parafraseo porque no lo recuerdo con todos los detalles: “Nosotros los cubanos siempre hemos defendido nuestras libertades porque creemos en ellas y porque sabemos que son necesarias. Sin embargo, la burocracia de este país muchas veces nos inhibe de las mismas libertades que defiende. Les quiero decir que esta mitad del concierto ha sido una mentira. Sebastián no es de Holguín, es de Puerto Rico”. La gente aplaude con entusiasmo y fue mi momento para dirigirme a ellos y ellas…¿qué sale de mi boca?...los versos de la gran Lola. Interpreto muy emotivamente “Verde luz,” casi el segundo himno de Puerto Rico, compuesto por Antonio “El Topo” Cabán Vale. La gente aplaude con mucha emoción, fue un momento mágico. Justo cuando termino, Kamankola me llama a una esquina de la tarima y me dice, “recoge tu violín que no podemos seguir tocando.” Nos fuimos para la plaza de San Cristóbal y allá llegaron personas que nos habían visto tocar. Terminamos la noche haciendo un rumbón de canciones boricuas y cubanas a son de violín, guitarra, tumbadoras, clave, voces y palmadas.

No ha sido fácil resumir cuatro meses en La Habana ni escoger qué anécdotas compartir con ustedes. Se me quedan muchas, pero no puedo concluir sin decirles que el 30 de octubre tuve mi propio “show” en el local La Gruta en El Vedado. DJ Lino se me acercó luego de presentarme por segunda ocasión en la peña mensual de Obsesión en el barrio de Regla para decirme que le había gustado mi propuesta musical, y que si quería, podía conseguirme una noche en La Gruta. Claramente le dije que sí. Y así como lo leen, encabecé una noche de rap en la que estuve casi cerca de una hora impregnando a mis amigos y amigas y a desconocidos con mis notas y mis palabras. Digo con mucha seguridad que logré cantarle a casi casi mi segundo país, a casi casi mi gente, a casi casi la misma bandera. Este logro no estaba en mi lista de metas, lo que lo hace aún más hermoso.

Una vez partí hacia Puerto Rico al finalizar el intercambio, sabía que regresaría a Cuba frecuentemente. Construí puentes y lazos de por vida, desarrollé mi visión sobre el Caribe y su singularidad del resto de las Américas, y dejé parte de mi alma y corazón en algún rincón de La Habana que se pasea entre descargas musicales en plazas, se cuela en conciertos, y se presenta sin ser invitado en varios estudios de grabación.


Foto: Sebastián Otero Oliveras y Jorge Kamankola en una plaza de San Cristóbal, ensayando antes del show.