María A. Cabrera Arús

Todos los recuerdos que poseo de la casa de mis abuelos, la que fuera a inicios de siglo una casona de arquitectura ecléctica en el barrio El Vedado, se relacionan con la increíble cantidad de trastos que guardaba. Mi generación, la que nació en la década de los años setenta, y todas las que le siguieron, creció en un entorno material doméstico que, antes de volverse ruinas, se había llenado de tarecos. Objetos en desuso, rotos, inservibles, gastados, mutilados, se guardaban en espera de una “segunda vuelta” en que pudieran servir para reemplazar, completar, reparar o simplemente “inventar” una nueva materialidad, solución temporal a la siempre predominante escasez.

La relación de los cubanos con el mundo material comenzó a cambiar en el mismo año 1959, cuando el nuevo gobierno impuso un arancel a las importaciones de artículos de lujo. Un giro de tuercas mucho más dramático lo constituyó, sin dudas, el racionamiento de una serie de artículos alimenticios de primera necesidad decretado en 1962 para hacer frente a la escasez que resultó de la mala administración socialista. Al año siguiente, se crearon las Oficinas de Control de Abastecimientos, conocidas como OFICODAs, y se decretó el racionamiento de una serie de productos no alimenticios, de factura industrial, que pasaron a adquirirse mediante cupones distribuidos en los centros de trabajo o, en su defecto, por los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) que existían ya en cada vecindad.

Desde entonces, con el mismo entusiasmo con que se habían dado a celebrar el triunfo de la Revolución Cubana, la Concentración Campesina del 26 de julio de 1959, la victoria de Playa Girón el 21 de abril de 1961, los carnavales que cada año reciclaban carrozas y serpentinas; el mismo entusiasmo con que celebrarían también la inauguración del Pabellón Cuba y de los mosaicos de La Rampa en 1963, el Salón De Mayo en 1967, el primer Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC) en 1975 o el regreso a tierra, el 10 de octubre de 1980, del módulo de aterrizaje de la nave espacial Soyuz-38, tripulada por el primer cosmonauta cubano, los residentes de la isla se dedicaron a guardar todo lo que creían que en algún otro momento podrían necesitar. Tres décadas bastaron para almacenar una considerable cantidad de objetos antes de que la crisis económica causada por la caída del campo socialista a partir de 1989 y la desintegración de la Unión Soviética en 1992 obligara a echar mano de estas reservas materiales.

Desde el año 2012, la colección Cuba Material y el archivo digital homónimo se dedican a recuperar y preservar la cultura material que sobrevivió al período postsoviético, en el que los habitantes de la isla consumieron casi todo lo que habían guardado durante las décadas previas. Se trata de una colección de objetos que fueron guardados por su valor sentimental o aval político, porque aún continuaban en funcionamiento o porque de tanto atesorarlos para cuando las cosas se pusieran peor—así de avieso se presentaba el futuro—terminaron perdidos o sepultados entre otros tarecos, en los rincones más remotos de los closets y barbacoas. Recién descubrí así una caja de jabones de olor en casa de mis abuelos, adquiridos en el mercado paralelo allá por los años ochenta, de la que nadie se acordó cuando en la crisis de los años noventa no teníamos siquiera una astilla de jabón para bañarnos. En aquel 2012 en que comencé a construir la colección y el archivo, la sociedad cubana había engullido y digerido ya gran parte de la cultura material del socialismo, y vomitaba la indigestión en basureros y aceras, planes tarecos, mercadillos de segunda mano y la internet.

Cuba Material es una colección de objetos que circularon en el ámbito doméstico cubano durante el período que se extiende entre el día del triunfo de la Revolución el 1 de enero de 1959 y el colapso del socialismo soviético en Europa exactamente treinta años después. Su cara visible es el archivo digital homónimo, con formato de blog y alojado en el dominio cubamaterial.com. La colección cuenta, hasta el momento, con varios miles de objetos, incluidos muebles, electrodomésticos, accesorios, papelería, vestuario, envases, medallas, entre otros, obtenidos por mi o donados por colaboradores y lectores del blog.

Algunos de ellos, como las libretas escolares, por ejemplo, permiten escrutar los modos más o menos sutiles en que la ideología política del estado cubano fue transmitida por las instituciones encargadas de educar y socializar a la niñez. Asimismo, los escritos y bocetos que en ocasiones contienen estos cuadernos dan fe de proyectos y ambiciones personales, en algunos casos asociados con elementos de crítica a la realidad política y social. Por otra parte, la canastilla y los juguetes que hoy forman parte del inventario de la colección existen porque muchas familias los conservaron, pensando en nietos y biznietos por venir. Estos objetos son muestra de soluciones alternativas a la escasez, e informan sobre la poca esperanza que, en muchos casos de manera inconsciente, los cubanos comenzaron a proyectar en el futuro comunista ya desde los tempranos años setenta, y sobre la distancia cada vez más infranqueable que separó aquel creciente escepticismo del discurso oficial.

Algunos objetos permiten trazar las prácticas y métodos de las nuevas instituciones y programas revolucionarios, como los cuadernos de trabajo, libros y ejercicios prácticos orientados a las estudiantes de las escuelas de corte y costura Ana Betancourt. Asimismo, entre las muchas piezas de vestuario que integran la colección, las camisas guayabera transformadas por CONTEX y La Maison en prendas femeninas e infantiles, y las asociadas con marcas comerciales como Taíno, Siboney y Caonex, algunas de las cuales también identificaron electrodomésticos de tecnología y estética soviéticas, son testimonio de los discursos nacionalistas que ayudaron a legitimar el régimen de socialismo de estado cubano, presentándolo como heredero de las raíces culturales que han dado cuerpo a los mitos sobre la herencia cultural de la nación.

Por su parte, los efectos electrodomésticos fabricados en la URSS o ensamblados en Cuba a partir de tecnología soviética—radios, ventiladores, televisores, lavadoras, refrigeradores—ilustran los ideales de progreso y de modernidad que definieron las décadas de los años setenta y ochenta, más sonados a nivel discursivo y simbólico de lo que resultaron en la magra realidad comercial. En cambio, otros artículos suntuarios, en particular automóviles y aires acondicionados, delatan mecanismos de diferenciación y de desigualdad promovidos desde el propio gobierno con vistas a satisfacer los apetitos de distinción social de la nueva élite socialista, la principal beneficiaria de estos indicadores de “progreso.”

De igual modo, algunos elementos de la colección dan fe de los esfuerzos del estado cubano por promover la ideología socialista y sus instituciones a través de formas cotidianas de la materialidad como las gomas de borrar Pionero y los radios portátiles de marca homónima. Otros, en cambio, representan prácticas contraculturales como la moda friki o los catálogos de exposiciones de arte contestatario, como las del grupo La Campana, en la ciudad Victoria de las Tunas. Podemos reconocer en estos últimos la emergencia de críticas más o menos veladas hacia el status quo. Otros dan cuenta de la diversidad estética y cultural que caracterizó el entorno material del socialismo cubano, generada por la coexistencia de la nueva materialidad socialista con bienes de consumo adquiridos en la épocas republicana e incluso colonial. Esta diversidad se manifestó también en la introducción, algunas veces por canales ilícitos, de productos adquiridos en los países capitalistas, así como también en la creación de soluciones e inventos primitivos y de apariencia generalmente rústica para paliar la escasez.

Los documentos de la colección Cuba Material permiten explorar, a su vez, el impacto de eventos sociopolíticos nacionales e internacionales en la psiquis individual y colectiva, así como también en el marco de las relaciones intrafamiliares. Así, la emigración y el internacionalismo pueden entenderse a través de la correspondencia de postales entre Cuba y los Estados Unidos o la Unión Soviética, y la estética de algunas de las instituciones socialistas puede reconstruirse a través de los títulos de graduación, las certificaciones y boletas de notas, las tarjetas de huésped y los menús, mapas y plegables turísticos. En ciertos casos, se trata de objetos o documentos que identifican dinámicas históricas puntuales, como los carnés de identidad para extranjeros o los carnés de asociaciones civiles como la Asociación Nacional de Pesca Deportiva, imprescindible para pescar fuera del litoral y, por tanto, codiciado por quienes deseaban abandonar el territorio nacional por mar; las diversas colecciones textiles de Telarte; o el carné “MINCIN juguetes,” distribuido a los empleados del Ministerio de Comercio Interior (MINCIN) que participaron en la venta anual de juguetes de 1971, antes de que las OFICODAs se encargaran de organizar la compra de los mismos.

Todos estos objetos revelan, como he comentado a propósito de la exposición Pioneros: Building Cuba’s Socialist Childhood, una cultura material politizada, definida por la penetración del estado en el espacio doméstico.[1] Esta politización de la cultura material se observa, de manera mucho más directa, si cabe, en los bonos, invitaciones y certificados otorgados a militantes; a los miembros del ejército, y las milicias; a los trabajadores destacados, sobrecumplidores o internacionalistas; y a los estudiantes de mérito, entre otros individuos identificados como la vanguardia política de la sociedad socialista cubana. Las medallas que antes se guardaban con orgullo y que hoy se venden en la Plaza de Armas y otros mercados de baratijas como souvenir vintage de una Cuba anterior a la despenalización del dólar estadounidense y el desarrollo del turismo internacional, son imprescindibles para entender los mecanismos mediante los cuales el totalitarismo cubano se legitimó y, finalmente, mutó en el régimen de partido único y economía de mercado que hoy organiza la vida en el país.

El esfuerzo por documentar las dinámicas materiales del pasado cubano más reciente que anima la colección de Cuba Material se beneficia de, y compite con, el desmontaje del socialismo material que ha venido ocurriendo en los últimos años en la isla. Los residuos del entramado ideológico del socialismo soviético que aún circulan en el espacio doméstico o se comercializan en mercados de segunda mano reales y virtuales, o incluso decoran algún que otro “paladar,” son uno de los más importantes recursos con que contamos, como investigadores, para documentar y entender el régimen de socialismo de estado cubano.

En Praga, muy cerca del Teatro Estatal, a medio camino entre la Plaza de Wenceslao y el reloj astronómico de la ciudad vieja, en un ala del segundo piso de un edificio majestuoso, se encuentra el Museo del Comunismo checo, uno más entre los erigidos en algunas metrópolis de Europa del Este a las ruinas de un sistema político que se sacaron de encima hace casi treinta años. Ese depósito empolvado de objetos viejos, criticado por académicos, maniqueo y surreal, mercantilista y fúnebre, es casi todo lo que queda de un país que desapareció tras la caída del Muro de Berlín y cuya capital hoy prospera estimulada por el atractivo de su arquitectura gótica y del modernismo de entreguerras. Quiero pensar que el archivo digital Cuba Material y las cajas y álbumes que abarrotan los clósets de Nueva Jersey y de La Habana donde conservo la colección de igual nombre son la semilla del futuro Museo del Socialismo Cubano. Mientras ese proyecto se concreta, estos objetos impiden que olvidemos que Ikarus, además de un personaje mitológico, fue también un autobús húngaro que circuló en Cuba, y que los frijoles no siempre se vendieron a granel.

 

Una versión de este texto fue publicada en Art OnCuba 13 (2016): 82-85.

[1] Esta exposición fue inaugurada el 17 de septiembre de 2015 en la Arnold and Sheila Aronson Galleries de Parsons School of Design, curada por María A. Cabrera Arús y Meyken Barreto.

 

Foto: “Familia habanera celebrando la llegada de la Caravana de la Libertad a La Habana, con Fidel Castro al frente del Ejército Rebelde." 8 de enero de 1959. Foto de la colección personal del autor.