Lily Hartmann

En un rincón oscuro del barrio de El Vedado en La Habana, un grupo de jóvenes cubanos negociaba con el gerente del Club Tropical, tratando de convencerlo de que bajara el precio de la entrada. Los tres pesos convertibles (CUC, más o menos equivalente a $3 USD) que él pedía representaban más dinero que los muchachos podían gastar, dado que ya habían comprado una botella de ron. Por eso, con mucho tacto, uno de ellos le hizo una propuesta al gerente: si él bajara el precio a 1 CUC, ellos convencerían a tres muchachas estadounidenses de que pagaran el precio normal. Sin pensarlo dos veces, el gerente accedió al plan, viendo una oportunidad no sólo para ganar algunos dólares sino para llenar su club (vacío, y dominado por hombres) con mujeres.

Sin darse cuenta de su papel en esas negociaciones, las americanas bajaron felizmente al sótano sucio, donde los DJs se alternaban sin plan fijo detrás de la computadora y algunos cuerpos dispersos se meneaban. Las mujeres extranjeras susurraban entre sí, chismeando sobre lo vacío que estaba la pista de baile y preguntándose si podrían pedir que el DJ pusiera los hits de su país. Los jóvenes cubanos trataron de acomodarse, de aprender a mover sus cuerpos a los ritmos electrónicos, dado que lo que conocían mejor era el reguetón y sus pasos, ejecutados con la espalda de uno apoyada en los hombros del otro. Algunos cubanos resistían totalmente, sentados en el rincón en sillas plásticas y poniéndose de pie solamente para el hit más novedoso de Yomil y el Dany. El gerente del Tropical pasaba el tiempo afuera en la esquina de la calle Línea, contento que hubiera más movimiento en su club y esperando que la música electrónica (EDM) se convirtiera en algo más popular y vendible.

Pero en abril de 2017, durante la sesión de un DJ en el sótano, el consejo popular del barrio cerró por tiempo indefinido el club Tropicalito, como se conoce popularmente, a raíz de supuestas quejas sobre el ruido y su público “alternativo.” Al respecto, Michel Matos, ex-organizador de Rotilla, el conocido festival de musical alternativo en Jibacoa, dijo, “Fue algo para desmotivarnos (o tal vez solamente para motivarnos a emigrar)...Quizás sea que los jóvenes son demasiado diferentes (o auténticos) para aquellos cuadrados. Y aquellos, cuadrados, no los pueden soportar. No los quieren, ni los pueden entender.” Y así, los DJs cubanos y sus fans se ven obligados a buscar otro sitio para desarrollar una música que no parece tener nada que ver con Cuba.

Hoy en día, la música electrónica no se incluye en el currículo de las escuelas de arte cubanas o en los libros de investigadores extranjeros sobre la cultura cubana; tampoco se le dedica mucha atención en las instituciones culturales del estado. Unas cuantas publicaciones extranjeras, por ejemplo VICE, han documentado el desarrollo reciente de la cultura de música electrónica en Cuba, pero la mayoría siguen enfocándose en la “resistencia” de los DJs cubanos frente a las escaseces tecnológicas y el acceso limitado al Internet. En los últimos años esta comunidad ha establecido una presencia digital a través de grupos de Facebook como Coocuyo y páginas de YouTube. Sin embargo, la música electrónica tiene una historia mucho más larga, la cual precede a su auge actual: una historia que comienza en el Período Especial, y se entrelaza con la historia del intercambio cultural dentro y fuera de Cuba. Muchas veces, esta historia es eclipsada por la de los géneros más establecidos como el rock y el rap.

Mi trabajo se basa en entrevistas con productores y DJs en La Habana, y también en mis propias experiencias en fiestas de música electrónica y festivales financiados por el estado. Este proceso de investigación me ha llevado a preguntarme: ¿qué barreras enfrenta la música electrónica que impiden su popularidad en Cuba? ¿En qué modos las relaciones entre negocios privados y DJs independientes ponen a prueba los límites del paradigma cultural oficial? ¿Y, finalmente, qué utilidad tiene una investigación de la música electrónica cubana si queremos comprender la geografía contemporánea del ocio, y revelar culturas alternativas e historias de intercambio cultural después del Período Especial?

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Podemos ubicar las raíces de la comunidad cubana de música electrónica en el Período Especial, un momento de fracaso económico asociado a la caída de la Unión Soviética, lo que también dio lugar al desarrollo de una comunidad “grunge” subterránea. Dice un productor: “Como había tanta carencia y no había absolutamente nada, la gente hacía mucha fiesta.” En casas y sótanos oscuros, los DJs experimentaban y mezclaban su sonido techno con el género ya marginalizado del rock. En 1998, un DJ alemán conocido como “Hell” y otros extranjeros entraron en el mundo underground cubano y se convirtieron en guías para una comunidad que no conocía la cultura europea asociada al rave. Como recuerda Djoy, “Ellos nos enseñaron de qué se trata la fiesta electrónica...Y la necesidad de no consumir drogas para escuchar la música.” Fundamentalmente, los visitantes alemanes dejaron a sus colegas cubanos con un equipo técnico para desarrollar producciones: casetes, mixtapes, placas, y tocadores de discos. Esta nueva tecnología nutriría a la comunidad electrónica cubana hasta la década siguiente.

Simultáneamente, miembros de la diáspora cubana de Miami introdujeron la música house a La Habana, y este subgénero se hizo popular en espacios festivos queer. Fin de semana tras fin de semana, se daban fiestas en espacios públicos en las periferias de La Habana. Los DJs ponían música house hasta las horas de la madrugada, y allí algunos turistas conocían a la comunidad queer de Cuba (Moshe Morad, Fiesta de Diez Pesos, New York: Routledge, 2016). En La Habana del Período Especial, estas fiestas privadas sirvieron como un refugio secreto para la juventud marginalizada, y la cultura clandestina del rave nutría la música electrónica que sobreviviría fuera de las esferas oficiales y popularizadas durante muchos años.

Hoy en día, en el proceso de recaudación de fondos y búsqueda de espacio, la música electrónica navega por territorio cultural oficial y no oficial, mostrando cierta autonomía que comparte con la cultura alternativa contemporánea. Los productores se organizan alrededor de conceptos ambiguos, como “comercial” y “underground,” pero en general viven en la brecha. La música electrónica representa un espacio dinámico donde jóvenes productores culturales trabajan a través y más allá de la burocracia cultural oficial para desarrollar este ambiente alternativo. La mayoría de los productores de música electrónica mantienen relaciones muchas veces necesarias con el estado, pero también dependen de fuentes extranjeras y negocios privados para que sus proyectos lleguen al público.

Oficialmente, la Asociación Hermanos Saíz (AHS, para la juventud de vanguardia) y el Laboratorio Nacional de Música Electroacústica (LMNE) han abierto sus puertas a DJs jóvenes, dando membresías, clases anuales de producción musical para aficionados, y acceso limitado a lugares como la Madriguera. La AHS ha convertido un antiguo centro de recreación obrera (Balneario Universitario) en un lugar donde los DJs pueden desarrollar su música y un nuevo público. Pero estos lugares tienen horarios muy irregulares, con shows solamente tres o cuatro veces al mes, y pagan a los músicos solamente unos cuantos dólares. Por eso, no suelen ser muy populares.

Por otro lado, algunos bares privados y promotores como SARAO y Don Cangrejo están estableciendo colaboraciones con DJs para desarrollar una experiencia nocturna de lujo para extranjeros y también las clases sociales cada vez más nutridas de cubanos con dinero para gastar en tales cosas. Los cuentapropistas interpretan las licencias otorgadas para sus bares y restaurantes como un permiso oficial para establecer un espacio “club” comercial. A la vez extienden sus horarios e invitan a artistas populares como los reguetoneros. Pero eso les permite subir los precios de entrada a tres, cinco, o hasta diez CUC, una cantidad que muy pocos cubanos (que ganan el salario oficial mensual de 30 CUC) pueden pagar.

Los nuevos precios y espacios han permitido que algunos DJs trabajen en las esferas underground y comerciales a la vez, ganándose así una buena vida de la música electrónica. Los DJs Obi Gonzalez y Lejardi me comentaron que pueden sobrevivir trabajando solamente dos veces a la semana. De esta forma, algunos productores de música electrónica trabajan en bares privados, acumulando suficiente dinero en un fin de semana para los gastos de dos semanas. Sin embargo, otros solamente tienen acceso a trabajos no remunerados en clubes públicos y deteriorados. Evidentemente, en la Cuba de hoy el mundo de la música no es egalitario, sea público o privado.

Más allá del DJ como tal, una investigación sobre música electrónica muestra la exclusividad cada vez más evidente de la geografía del ocio. La economía cubana, orientada principalmente al turismo, ha dejado a muchos jóvenes sin trabajo, con poco dinero en su bolsillo, y por ende, excluidos de muchas oportunidades. Los jóvenes que no tienen parientes que les pueden enviar remesas, formación empresarial, o conexiones sociales muchas veces no pueden encontrar trabajo. Tampoco pueden establecer sus propios negocios pequeños: eso depende del color de su piel y el acceso a dinero a través de redes familiares transnacionales. Tenemos por un lado la marginalización económica de jóvenes cubanos, y por otro una clase de cubanos que han podido aprovechar de sus negocios pequeños para convertirse, a través de la acumulación de capital, en los nuevos consumidores de la cultura cubana.

Dados los crecientes precios de entrada en los eventos de música electrónica, tanto públicos como privados, la gente sólo puede disfrutar de los conciertos y la vida nocturna si tiene dinero (es decir, CUC) para gastarlos en actividades de ocio. Los viernes, los jóvenes habaneros tienen que tomar una serie de decisiones financieras, porque ya no hay muchos lugares donde puedan ir. Tratan de llegar hasta los lugares más de moda, pero nunca pueden olvidar cuánto dinero les queda en el bolsillo.

En marzo de 2017, el sitio Cubanet anunció que los jóvenes habaneros se estaban tatuando con el logo de SARAO, un promotor no estatal, para no tener que pagar la entrada en sus fiestas populares de música electrónica. Yoandry, uno de más de 500 “hombres de Sarao” que pagaron 5 CUC por el tatuaje, explica, “Michel, que es el animador de las fiestas, dijo que todo aquel que se tatuara el logo podía entrar gratis a los eventos de Sarao. Siempre antes de las once de la noche...Tú sabes uno nunca tiene un peso en el bolsillo” (Ernesto Carralero Burgos, “‘Chicos Sarao,’ El Mercadeo de La Piel,” Cubanet Noticias, March 20, 2017). Lo que al principio parece un rumor falso nos muestra hasta dónde pueden llegar los jóvenes cubanos en oponerse al mundo cada vez más exclusivo del ocio.

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El 6 de marzo de 2016 dos DJs extranjeros, Diplo y Major Lazer, dieron un show en el Malecón para un público enorme de jóvenes cubanos. Iliam Suárez, una productora que abrió el evento, dijo, “Major Lazer que es el primer concierto con muchas personas, 400.000 personas en la Tribuna Antiimperialista, fue un ejemplo de que la música electrónica, sea la que sea, EDM o no, mueve masas en Cuba.” Fue el evento más grande de música electrónica en Cuba, y la comunidad de electrónica cubana lo vio como una reivindicación, dado sus dificultades para llegar al público cubano. Pero el género no se ha hecho más popular después. Aún así, al, evento, se le recuerda como otra instancia de un evento público y económico, al alcance de la mayoría de la gente.

Al final, la música electrónica continúa siendo excluida del canon cultural oficial, pero también del gusto popular, que lo ve como música de fondo en el club, y todo lo demás. En La Habana, esta música tiene mayor importancia para las comunidades pequeñas y subterráneas de jóvenes marginalizados como la comunidad gay en el Período Especial, hombres afrocubanos que mezclan ritmos afro-folklóricos y electrónicos, y productores independientes que encuentran una forma de huir de la realidad en sentarse con sus laptops y experimentar con nuevos sonidos electrónicos. A través de estos esfuerzos para realizarse como artistas, los DJs y productores empiezan a transformar el ambiente cultural nuevamente dinámico de Cuba, una fiesta electrónica tras otra.

 

[1] THUMP, The DJ’s Who Turned Cuba’s Economic Turmoil Into a Movement: SUB.Culture - Cuba (Part 2), consultado el 4 de febrero de  2017, https://www.youtube.com/watch?v=BpydqIIPyns.

[2] THUMP, Celebrating MANANA in the City of Music: SUB.Culture: Cuba (Part 3), consultado el 2 de marzo de 2017, https://www.youtube.com/watch?v=IU7mRiiPJcs.


Foto: Festival de Música Electrónica, El Surazo, Playa Mayabeque de Melena del Sur, Cuba. Foto por el autor, julio de 2016.

Translated by Jennifer Lambe