Nicolas Montano

Pocas celebraciones tienen el mismo peso, tanto cultural como legal, que el que tiene una boda. El evento, que en pocas palabras, introduce a una pareja en la sociedad con una recepción tradicionalmente lujosa, ha experimentado, como la mayoría de las cosas, cambios masivos en Cuba desde la Revolución de 1959. El antagonismo estatal hacia la Iglesia Católica Romana, combinado con bajos salarios del gobierno y un mercado de alimentos muy racionado, han hecho que las celebraciones de bodas y, consecuentemente, los matrimonios sean cada vez menos comunes en la isla.

Al igual que en la mayoría de los países de América Latina, las bodas en Cuba, especialmente en las grandes ciudades, solían ser eventos de gran importancia--para aquellos que podían permitírselas, por supuesto. Sin embargo, tales celebraciones, fuertemente empapadas en tradiciones católicas y reservadas para las clases medias y altas, iban en contra de la moral comunista y se desalentaron rápidamente. Con el tiempo, la simplificación de la ceremonia de la boda coincidió con (y tal vez ayudó a acelerar) una disminución en la importancia de la institución del matrimonio en sí, con todas sus ramificaciones legales. Como dijo Didier Martínez-Melló, un trabajador de la construcción en Centro Habana, "Las bodas son para los ricos, ahora solo vivimos juntos. Hay muchas formas de definir un matrimonio moderno hoy en día. Esa tradición de grandes fiestas se perdió cuando triunfó la Revolución. Estas celebraciones son, en efecto, capitalistas."

Hoy en día en La Habana, esta parece ser la actitud dominante de muchas personas sobre la institución del matrimonio, y del mismo modo, sobre la posibilidad de organizar una recepción nupcial. Jenny Rodríguez, que ha trabajado durante los últimos nueve años como empleada en un hotel en la industria relativamente lucrativa del turismo, se rió de la idea de tener una ceremonia de boda tradicional. Ella afirmó que la mayoría de las parejas cubanas simplemente se mudan juntas para cimentar sus relaciones. Con tan poco respeto por las formalidades burocráticas que validan una unión, el certificado de matrimonio vale poco más que el papel en el que está impreso. En cuanto a la recepción que generalmente sigue las formalidades del gobierno, ella rápidamente respondió, "Dígame, ¿quién tiene dinero para alquilar un vestido para la novia y un esmoquin para el novio? ¿Comprar maquillaje y alquilar un auto por la noche? ¿Quién tiene dinero para pagar un buffet para que sus invitados puedan comer?"

En diferentes momentos después de 1959, el gobierno de Fidel Castro buscó promover la tradición del matrimonio, o al menos sus aspectos legales, con la esperanza de formalizar las uniones domésticas. Con este fin, a las parejas se les solía dar una caja de cerveza, un pastel de bodas, y un fin de semana en un hotel como regalo de bodas de parte del estado, lujos para el cubano común dado que el salario mensual promedio ronda los 25 dólares. Sin embargo, estos beneficios ya han sido descontinuados. Con la caída de la Unión Soviética a principios de la década de 1990, Cuba perdió su principal socio comercial y aliado político, lo que provocó una crisis económica masiva de la cual la nación sólo se recuperó con la ayuda de nuevos aliados como Venezuela.

Sin embargo, durante esta era de crisis conocida como el "Período especial en tiempos de paz,” la ingesta calórica cayó alrededor del 36%, y las novias y novios comenzaron a abusar del sistema--se casaban, divorciaban y volvían a casar--para recolectar beneficios estatales (La crisis alimentaria en Cuba, Oxfam América, 2001). En respuesta, el estado canceló los obsequios nupciales, eliminando un gran incentivo para muchos que no veían otra razón para formalizar su unión.

Dado que la tasa de matrimonio se mantenía baja durante la primera década del nuevo milenio, parecía que los suntuosos "palacios de matrimonio" (edificios notariales que se especializan en emitir certificados de matrimonio) en toda la isla permanecerían vacíos indefinidamente. El mayor de estos, el antiguo casino español en el Paseo del Prado de La Habana, es donde trabaja el notario Miosotis Suárez Iglesias. También comentó sobre la sorprendente disminución en las tasas de matrimonio entre los cubanos, afirmando que "la mayoría de las mujeres jóvenes simplemente eligen mudarse con sus parejas ahora [en lugar de casarse formalmente], y lo hacen a edades muy tempranas, digamos 14 o 15 años. Pero esto no es del todo malo. Esto se debe a que aquí en Cuba, se nos garantiza la igualdad de género, y por lo tanto, las mujeres no necesitan casarse o ser dependientes de los hombres."

Sin embargo, los cambios recientes en el clima político han ayudado a revivir la celebración de las bodas, sin que esto signifique un resurgimiento en el matrimonio legal. Según los planificadores de bodas con sede en La Habana, un gran porcentaje de los que ahora se casan en la isla son emigrantes cubanoamericanos que regresan únicamente para sus celebraciones o extranjeros que tienen bodas en este destino. Estas celebraciones, con presupuestos y demandas que son completamente insostenibles e incomprensibles para los cubanos promedio, han traído de vuelta las suntuosas bodas del período prerrevolucionario. Si bien los organizadores de bodas parecían obviamente entusiasmados con el nuevo negocio que estaban recibiendo, señalaron el hecho de que estas celebraciones eran indicativas de divisiones nuevas e incómodas en la sociedad cubana. Aquellos que pueden regresar para las ceremonias (que a menudo incorporan una misa católica, algo inusual en la mayoría de las bodas cubanas) son también aquellos que envían frecuentemente las remesas. Esto significa que una emergente clase media parece estar adoptando muchas de las tradiciones socioculturales del período prerrevolucionario, distinguiéndose a través de fiestas fastuosas y devoción religiosa.

Muchas empresas han surgido para atender a este nuevo mercado, tomando provecho de la relativa apertura que Raúl Castro dió desarrollo de pequeñas empresas en la isla desde su ascenso al poder en 2008. Uno de ellos es Aires de Fiesta, que se enorgullece de sus servicios exclusivos y la capacidad de acoger recepciones con suntuosos banquetes en un país plagado de escasez de alimentos y racionamiento. Uno de los propietarios de Aires de Fiesta explica, "Tenemos a estos emigrantes con capital extranjero y muy altos estándares. Hoy en Cuba, si tienes dinero, puedes obtener lo que necesites. Cuando quieres un pastel de fondant de tres niveles que cuesta lo mismo que aquí, como en París, ¿cómo esperas que un cubano promedio pague por eso?” De hecho, al hablar con Jenny, la criada del hotel mencionada anteriormente, la idea de una boda tan lujosa era completamente inimaginable, y de hecho, dudó de que tales fiestas se celebrasen en la isla.

Una vez más, la diferencia entre aquellos que pueden organizar fiestas de bodas y aquellos que no se relaciona con divisiones de clase. Con la emergente llegada de extranjeros esperando celebrar sus bodas en la isla, la diferencia entre sus celebraciones de lujo y las realidades de la gran mayoría de los cubanos revela una de las principales ansiedades presentes en el estado comunista: el cómo abrir las puertas al mundo exterior sin sacrificar la promesa de igualdad sobre la que se construyó la Revolución de 1959.

 

Foto: Palacio de Matrimonios, La Habana, Cuba. Foto por el autor, marzo de 2017.

Translated by Camila Ruiz Segovia