Arnelle Williams 

Cuando me fui de los Estados Unidos para irme de intercambio a Cuba durante el semestre de primavera, no anticipaba que mi pelo, el cual uso al natural y peino con hermosos twists de cabello Marley, se convertiría en objeto de deseo, belleza, y exotificación. Ser afroamericana en Cuba no se traduce fácilmente; muchas veces la gente me veía como representante de otra nacionalidad. Mis twists Marley, los cuales son un estilo de peinado que comúnmente lo llevan las mujeres afroamericanas, desataron conversaciones entre varias generaciones de cubanos de color que me vieron sobre aceptación social y belleza, e iluminaron un entendimiento histórico de lo que significa llevar el cabello al natural cuando se es negro.

Este peinado, el cual utiliza pelo sintético al estilo Marley, una textura que imita las torceduras y enroscaduras del pelo natural de las personas negras, se puede utilizar para extender nuestro pelo a longitudes deseadas, sin la necesidad de llevar a cabo un proceso de secado o planchado. Previo a esta innovación creativa y la popularización de su uso, las mujeres negras que deseaban llevar extensiones se veían forzadas a utilizar pelo sintético lacio. Por lo tanto tenían que alaciar su pelo para evitar que se les notaran las torceduras y enroscaduras de su propio pelo y se revelasen los marcados contrastes y la inconformidad que nuestro pelo simbólicamente expresa. Por lo tanto, aprendí rápidamente, a través de mis primeros encuentros con cubanos, que mi pelo representaba algo diferente. Una diferencia que no es necesariamente vista como anormal, sino más bien como exótica y altamente deseada por mujeres negras cubanas que quieren aprender más sobre sobre los diversos modos en los que pueden peinarse. Observé el deseo de las mujeres cubanas en el modo en que tocaban mi pelo y luego me explicaban que era bello por su grosor, longitud, y porque se veía sano. Era algo que no solían ver en las representaciones de gente negra. Y eso a su vez, me hacía exótica. Era exotificada no sólo por gente no negra, sino también por la misma gente negra. La atención que recibía gracias a mi pelo causaba que la gente también comentara sobre mis rasgos físicos y el color de mi piel. Me llamaban, y aún me llaman, hermosa porque representaba una inusual pero reveladora atracción para la gente que se me acercaba. Estuve en un lugar donde veían mi belleza como algo a la vez diferente y positiva. Como una extranjera negra, ¡qué extraño fue darme cuenta de esto! Y también noté que lo que me sucedía era en parte un resultado del contexto social de que yo venía: de Brooklyn, Nueva York, en donde proliferaban las representaciones positivas de las mujeres negras, imágenes que muy pocas veces se encuentran en Cuba o los Estados Unidos.

De hecho, la falta de representación de gente afrodescendiente en los medios de comunicación y en otros espacios es un poderoso indicio de un dominate estándar de belleza eurocéntrico que utiliza como base categorías de raza, género, y estética para dictar quién y qué es visto como atractivo, deseable/casadero, exitoso, y como parte de una identidad colectiva. Me di cuenta de que, de modo similar que en Estados Unidos, la historia de la esclavitud, del colonialismo español, de la intervención estadounidense, y de la independencia en Cuba habían reiterado el pelo largo y lacio como un poderoso y monolítico epítome de la belleza. Un estándar de belleza internalizado por un sinfín de afrocubanas al cual someten su pelo. Esto es ejemplificado una y otra vez por los medios de comunicación y entretenimiento dominantes, así como por los comerciales. Sigo sin encontrar algún póster o video de música pop que muestre mujeres negras con sus pelo naturales; existen ejemplos escasos e infrecuentes en los medios públicos. Lo que normalmente se ve en videos musicales y canciones como “La keratina” de Los Van Van es la prominencia de los tratamientos de keratina y las extensiones para hacer el pelo lacio y largo, visto como algo deseable, lindo, y femenino.

Mientras camino por las calles de La Habana, me he dado cuenta de que hijas y mujeres negras (excepto las mujeres ancianas) llevan su pelo lacio en este clima tan caliente. Aprendí que el alisamiento del cabello era en algunas instancias una respuesta al calor y la humedad al que el pelo se somete en Cuba. Y, como esfuerzo para confrontar la realidad (el daño que el sol puede causarle al cabello cuando se le expone de manera diaria), ya que alisar las torceduras y las enroscaduras es la única medida disponible para lidiar con el día a día. A pesar de que he visto algunas mujeres con trenzas, sigo sin ver muchos peinados, estilos como las torceduras, trenzas, los bucles, y nudos bantúes, que protejan el cabello. Creo que esto se explica en parte por la falta de salones de belleza públicos para tratar el pelo de personas negras. Los salones que sí existen se especializan en los tratamientos para alisar o procesar el pelo, en vez de arreglarlo. Me acuerdo de haber entrado en un salón de belleza fino en el Vedado, donde había fotos de mujeres con pelo lacio colgadas en las paredes. Entré con mi pelo al estilo de un afro recogido. Hablé con una de las peluqueras y le dije que mi amiga quería que se lavara y trenzara su pelo de la misma forma, y que tenía pelo como el mío. De repente su expresión facial cambió de la certidumbre a la incertidumbre, y parecía que estaba tratando de encontrarme alguien en el salón que pudiera arreglar el pelo de mi amiga (basado en el ejemplo mío). Con algunas dudas, dijo que mi amiga debía llamar para hacer una cita. Después conversé con varias mujeres de color (y algunas estudiantes afroamericanas de otros grupos) y les pregunté dónde se arreglaban su pelo, y descubrí que generalmente se enteraban informalmente, boca a boca, y que eso se hacía solamente en casa. Las mujeres cubanas de color que saben hacer estos peinados me dijeron que se habían enseñado a sí mismas y que contaban con sus amigos estadounidenses que les traían pelo sintético o productos de belleza. Me dicen que no conocen a ningún salón que se especialice en estos tipos de tratamientos. No hay salones, los cuales son espacios claves para cultivar, entender, y compartir el conocimiento del cuidado del pelo de personas negras con otros.

Me sorprendí, viniendo del barrio de East Flatbush, Brooklyn, Nueva York, al no encontrar productos de belleza específicamente destinados a gente negra (productos como Cantu, Creme de Nature, Shea Moisture, etc., y aceites de oliva y coco) en Cuba, como a los que estoy acostumbrada en casa. Me dicen que en Cuba hay una falta de “elementos o productos para mantener nuestro pelo, son caros.” Me di cuenta que fue necesario traer los mismos productos de belleza, junto con mi ropa y mis zapatos. En ese momento, me imaginaba cómo sería vivir en un país que no tiene un mercado para mi pelo a causa de las circunstancias económicas y los obstáculos geopolíticos como el embargo estadounidense o el socialismo de estado. Los cubanos con pelo negro y enroscado no tienen recursos económicos para mantener este tipo de pelo. Por lo tanto, es muy poco común encontrarse con alguien que se arregla su pelo al estilo natural, y hacerlo se convierte en un acto político, vinculado a una historia que sigue siendo relevante. Me sentía agradecida de haber tenido acceso al movimiento del pelo negro natural del cual ha nacido eventos como AfroPunk y Curlfest en los Estados Unidos, y los esfuerzos de muchas activistas negras para poner estos tratamientos, económicos y educacionales, a nuestro alcance: una estética social compartida entre muchas mujeres negras en mi país. Este cuadro histórico me permite sentir empatía con mis hermanos y hermanas diaspóricos y, sobre todo, reconocer que es indispensable conocer a los cubanos para poder entender nuestra historia compartida de inferioridad internalizada y negritud unificada.

Después de unas cuantas semanas, la gente me reconocía por mi pelo. Se notaba antes que mi raza, mi género, y mi nacionalidad. Me han dicho africana, jamaiquina, rastafariana, negrita (un término cariñoso que los cubanos usan basado en la apariencia física de uno), y, lo que más me sorprendía, boricua. Muchos cubanos diversos utilizaron estos apodos porque, a pesar de compartir conmigo los mismos niveles de melanina, me ven como alguien diferente. Frecuentemente los turistas norteamericanos y europeos blancos me preguntan de dónde soy, porque piensan que soy cubana. Fue revelador descubrir que me llamaban de casi todo menos americana. Cuando explico que soy estadounidense, siempre se sorprenden. Una vez alguien me dijo que “nunca habría pensado que era estadounidense, nunca, nunca, nunca.” Esos nuncas repetidos me hicieron preguntarme cuándo la gente en Cuba me reconocería como americana. Me pregunté cuáles son las representaciones estadounidenses que han penetrado e influido el pensamiento popular en Cuba. Cuando un hombre me felicitó por mi pelo y mi belleza, qué linda, me quedé alerta y consciente en Cuba. Este peinado negro y natural sigue siendo transgresivo, sigue reabriendo conversaciones sobre los efectos de la esclavitud y el colonialismo de los negros, que han sido “desfigurados, oprimidos, degradados, humillados, y odiados” (Issoufou Mahamadou). Es una oportunidad para redescubrir nuestras identidades y el amor, para imponer, a través de las redes sociales poderosas y la resistencia, una visión fuerte y para autovalorarnos. El significado simbólico del pelo ha sido fundamental durante mi experiencia de intercambio en Cuba, y me ha inspirando a escribir un diario sobre mi pelo y su relación con la negritud en los intercambios entre Estados Unidos y Cuba.