Notas sobre una correspondencia perdida

Michael J. Bustamante

El año pasado, antes de la visita histórica del Presidente Obama a La Habana, Cuba y los Estados Unidos tomaron la decisión de restablecer el servicio postal directo. En el contexto de la normalización diplomática, éste no fue el momento más dramático o de alto perfil. Pero el mismo Barack Obama, simbólicamente poniendo en práctica el contacto de“pueblo a pueblo,” envió la primera carta: una respuesta agradable a una cubana de setenta y seis años que previamente, y por correo, le había escrito para invitarle a tomar café.1

Igual que con tantas otras “novedades” asociadas a la normalización, la carta del Presidente ensombreció muchos hechos parecidos en el pasado. Como producto inesperado de mis investigaciones sobre la historia de la revolución cubana y la comunidad cubanoamericana, supe que un flujo de cartas, significativo pero precario, siempre había existido entre Cuba y los Estados Unidos, sobre todo desde y hacia Miami. Durante las décadas después del triunfo de la revolución en 1959, el correo muchas veces no fue directo o eficiente. ​ Seguramente, muchas cartas nunca llegaron a sus destinos. Pero para el caso de los años 1960, y sobre todo en el período antes de que se finalizara el divorcio entre los dos países, he encontrado mucha evidencia de que el correo y paquetes de muchos tipos y diversos contenidos, y sí, a veces a través de un traslado directo, viajaban de un lado para el otro.

Para mí, descubrir estos materiales fue una revelación. Después de todo, este tipo de contacto llevaba implicaciones políticas durante la época en cuestión. En un discurso notorio de 1972 pronunciado en el onésimo aniversario de la fundación del Ministerio del Interior, Raúl Castro planteó que la comunicación con “apátridas”—literalmente las personas sin patria—podría ser una de las “armas sutiles” del “diversionismo ideológico” utilizadas por el imperialismo estadounidense.2 Pero sus referencias a cartas de Miami, supuestamente llenas de bromas contrarrevolucionarios, recortes de la prensa, y fotos de lujos extranjeros, también dieron prueba de que esa correspondencia llegaba de una forma u otra.

De hecho, cuando uno se acerca a la producción cultural de la época revolucionaria, comienzan a emerger referencias a correos misteriosos . En una escena menor de la ​legendaria película​ Memorias del subdesarrollo (1968), Sergio, un recluso adinerado que ha decidido quedarse en Cuba, regresa a su apartamento, donde encuentra una carta en su buzón enviada por su madre en Miami. “Cada vez que la vieja me escribe es lo mismo,” dice, molesto que la carta haya llegado acompañada por un chicle Juicy Fruit y una navaja Gillette. “Sabe que no mastico chicle y que me afeito con máquina eléctrica. Lo único que le pido es que me mande libros y revistas, pero nada.”

Más recientemente, algunos escritores contemporáneos han explorado los significados no materiales y menos transaccionales que llevaban los correos a través de fronteras geopolíticas. En un ensayo reciente, la escritora cubanoamericana Caridad Moro-Monlier recuerda las “cartas bellas que llegaban en sobres de correo aéreo con marcas en rojo y azul por el borde,” enviadas por la prima de su madre en Cuba a lo largo de su niñez en Miami durante los años 1970.3 Del mismo modo, Ana Dopico ha escrito que, durante su juventud en Miami, las cartas entre ella, y su tía, abuela, y primos en Cuba ofrecían una “intimidad epistolar urgente para paliar la distancia.” Representaban una declaración de fe familiar, escribe Dopico, en paralelo a las formas de “amor político” que, de lo contrario, ubicaban a sus parientes en campos ideológicos y puntos geográficos distintos.4 De hecho, las dos escritoras notan que parte del ejercicio epistolar consistía en evitar cualquier comentario político sensible que pudiese arriesgar la conexión emocional, o ser visto por ojos ajenos.

Todo esto, junto a la carta del Presidente Obama y mi archivo fragmentado, hizo preguntarme: ¿cómo se escribiría una historia de la “correspondencia perdida” entre Cuba revolucionaria y los Estados Unidos—y entre Cuba y la comunidad cubana en el exilio en particular? ¿Qué nos revelaría el contenido de esas cartas, o el hecho y ruta de su circulación material, acerca de la vida diaria y sus complejidades en tiempos de revolución, o los vaivenes de la diáspora? Al fin, ¿sería posible reimaginar la historia de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba usando esta correspondencia a través del telón de azúcar que en otras formas separaba a los cubanos? ¿Nos ayudaría a subrayar otros temas que los conflictos entre gobiernos, la mala comunicación, o la inflexibilidad política?

Este ensayo representa un primer intento para dar respuestas a estas preguntas. Comparte algunas observaciones de un estudio más largo que espero publicar como artículo. Aquí, analizo un caso en que la correspondencia no fue solamente personal, sino política también. En los años 1960s, sobre todo, algunos militantes del exilio usaban el correo para recopilar noticias de sus aliados en Cuba. Pero también participaban en comunicaciones furtivas que atravesaron y simultáneamente reforzaron las divisiones políticas.

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Establecido en 1960, el Directorio Revolucionario Estudiantil en el Exilio (DRE) fue una organización política importante para el exilio cubano posrevolucionario, integrada por ex-participantes anticomunistas en el movimiento estudiantil contra el dictador cubano, Fulgencio Batista. Comparado con sus colegas fidelistas, los miembros del DRE se habían desilusionado con la radicalización de la Revolución. En Miami, su organización fue financiada por la CIA para fomentar el sabotaje y la resistencia armada en la isla. El gobierno cubano sabía quiénes eran. Muchos de sus contrapartes en la isla terminaron encarceladas.

Es curioso entonces que el archivo de esta organización “secreta” esté lleno de cartas normales enviadas desde y hacia la isla e incluso desde la cárcel. Algunos mensajes transmiten información operacional comprometedora. Otros son más bien personales, a veces sin firma. Por ejemplo, una serie de cartas de un tal “Gregorio,” de 1964, ofrece descripciones detalladas sobre las filas crecientes para comprar comida, así como la escasez de productos elementales como el azúcar.5 Para los integrantes del DRE que soñaban con invadir la isla, entender las condiciones sociales imperantes en Cuba era la clave, en teoría, para un éxito futuro.

Es difícil discernir si estos informes eran confiables, o el cómo llegaron a Miami. En el archivo, hay muchas quejas sobre demoras en el correo, pero también sobres y sellos, que dan prueba del flujo del correo directo hasta mediados de los años 1960. Pero también hay muchas referencias a modos indirectos de comunicación; parece que los corresponsales a veces se sentían obligados a utilizar rutas más complicadas de intercambio. “Desde hace semanas,” dijo un correspondente anónimo en 1963, “estoy detrás de tus sobrinas para que me avisaran cuando saliera alguien que pudiera ser portador de alguna carta.”6 Esto indica que los cubanos que se iban de la isla muchas veces servían de carteros. Y no debería extrañarnos. Otra carta de 1963 comunica el rumor de que las cartas que se iban y llegaban por correo normal “las revisa personalmente con un grupo de colaboradores—entiéndase chivatos—el Ministro de Comunicaciones F. Ch. [Faure Chomón]…en los altos del Cabaret Maxim situado en 3ra esq. 10, Vedado.”7

Evidentemente, los corresponsales cubanos tuvieron que manejar la posibilidad—ficticia, verdadera, o exagerada—de que sus correos podrían caer en manos imprevistas. Pero el correo entre el exilio y la isla fue un campo minado en otro aspecto también. Según el archivo del DRE, los dos campos de la guerra fría usaban el correo proactivamente para fines de espionaje.

Notable en este aspecto es una serie de cartas de 1965 escritas supuestamente por un grupo de estudiantes latinoamericanos (y un gringo) en la Universidad de Miami. En mensajes formales enviados a instituciones como la Comisión de Extensión Universitaria de la Universidad de La Habana (¿quién lo diría?), la Universidad Central de las Villas, y las revistas Bohemia y Mella, jóvenes con nombres no cubanos como Carlos Marchelli y James Donald, Jr., pidieron publicaciones sobre la revolución cubana que, según ellos, no se podían adquirir en el ambiente anticastrista de Miami. “Yo soy estudiante de Ciencias Políticas en la Universidad de Miami,” comienza una carta a la Universidad de La Habana, “y en ella se imparte opiniones contrarias al proceso revolucionario que vive la Isla de Cuba.”8 El mensaje parece verdadero, y el argumento es plausible. Sin embargo, el archivo donde se encuentra la carta nos revela que los miembros del DRE inventaban estos mensajes para conseguir información que les serviría en sus esfuerzos anticastristas. Increíblemente, las instituciones cubanas casi siempre daban respuestas.

Tampoco parece que fue una campaña unidireccional. La organización recibió muchos correos de células en la isla que lucen auténticos—a veces hasta escritos en tinta invisible—pero algunos son anónimos y de origen incierto. En un mensaje del 20 de marzo de 1963, un corresponsal que se identifica solamente como “su amigo” advierte que había cinco posibles colaboradores en La Habana que “aparentan ser revolucionarios” pero en realidad son “lo contrario.” El autor da sus nombres completos y direcciones, y concluye expresando su deseo para una invasión futura. “Aquí solo vale el negro y la plebe mala,” añade, en tono de queja.9 ¿Es una oferta de ayuda verdadera, si bien inquietante, de un simpatizante oposicional? ¿O fue una trampa montada por el gobierno para identificar a los militantes del DRE en la isla, apelando a su presunto racismo para incitarlos a establecer contacto con los individuos nombrados?

Por ahora, no hay respuestas definitivas. Sin embargo, de una forma u otra, no debemos tratar estos intercambios como una sencilla copia de la historieta Spy vs. Spy—cuyo creador, dicho sea de paso, era cubano. La correspondencia secreta entre Cuba revolucionaria y Miami contrarrevolucionario nos da una imagen de los ritmos diarios de un conflicto polarizado. Pero estas cartas también nos enseñan que la misma polarización se nutría de comunicaciones escondidas entre los cubanos que se habían ido y los que, voluntariamente o no, se habían quedado.

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¿Es posible escribir una historia de la “correspondencia perdida” entre Cuba y los Estados Unidos? ¿Podría esa historia servir como contraparte a las historias de movilidad e inmovilidad que en muchos aspectos caracterizan la experiencia cubana de guerra “fría”?

No lo sé. Pero me atraen estas cartas porque estoy consciente de lo que pueden mostrar. A diferencia de la imagen de un país totalmente separado de los Estados Unidos, iluminan puntos de contacto. Y en contraposición a la noción simplista de una nación dividida en dos por la migración, revelan comunidades políticas y redes de intriga transnacional en movimiento. A pesar de las dificultades asociadas a la comunicación y un éxodo físico generalmente unidireccional, a través de la “correspondencia pérdida” de Cuba podemos ver el Estrecho de Florida como una frontera de intercambio cauteloso. Más que nada, las cartas son testigos de las imaginaciones preocupadas (y a veces preocupantes) de sus autores. Los modos establecidos de entender las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, los que privilegian cables diplomáticos y no cartas, nos impiden ver la verdadera fluidez del escenario.

 

* Les agradezco a Carlos Velazco Fernández and Ricardo Pelegrín Taboada sus aportes a esta investigación.

1. Mimi Whitfield, “Barack Obama’s Pen Pal Hopes He’ll Stop by for Coffee,” Miami Herald, March 19, 2016, http://www.miamiherald.com/news/nation-world/world/americas/cuba/article....

2. Raúl Castro, “El diversionismo ideológico: Arma sutil que esgrimen los enemigos contra la Revolución,” Verde olivo, June 6, 1972, 15.

3. Caridad Moro-Monlier, “Un-slanting My Truth,” Bridges to/from Cuba (blog), May 13, 2016, http://bridgestocuba.com/2016/05/un-slanting-my-truth/

4. Ana Dopico, “Cuban Pictures and Political Love,” Cuba Cargo Cult (blog), March 19, 2016, https://cubacargocult.blog/2016/03/19/cuban-pictures-and-political-love/

5. For example: “Gregorio” to “Queridos Amigos,” December 2, 1964, Box 23, Folder 326, Directorio Revolucionario Estudiantil en el Exilio Records (DRE), Cuban Heritage Collection, University of Miami Libraries, Coral Gables, FL.

6. Anonymous to “Mi querido tío del DRE in Xto,” March 12, 1963, Box 23, Folder 325, DRE.

7. “C.R.E.R.C.” to “Los Compatriotas del Directorio,” January 2, 1963, Box 23, Folder 85, DRE.

8. Alfonso Martínez Olive to “Sr. Director de la Revista Vida Universitaria,” March 18, 1965, Box 23, Folder 326, DRE.

9. “Su Amigo” to “Mis Valientes Amigos,” March 20, 1963, Box 23, Folder 85, DRE.

 

Foto: “Raúl Castro with mail bags,” 1964, Deena Stryker photographs, David M. Rubenstein Rare Book & Manuscript Library, Duke University.