Sobre la vida cotidiana de los haitianos en Cuba

Matthew Casey

A primer vistazo, los obreros azucareros de origen haitiano que emigraron al este de Cuba en las primeras tres décadas del siglo veinte no son buenos candidatos para cuestionar el marco del “telón de azúcar.” Del algún modo, ellos lo construyeron. Durante el período republicano, escritores cubanos de diversos géneros literarios y perspectivas políticas entendieron la migración de trabajadores haitianos como un resultado del imperialismo estadounidense que intentó sostener la producción azucarera a cualquier costo. Como partidos externos traídos para cortar caña, los migrantes haitianos fueron marginalizados a las comunidades al este de Cuba donde trabajaban—una prueba del poder del azúcar. Pero un vistazo al día al día de los haitianos propone un reto a esta proposición. Nos permite obtener un entendimiento más refinado sobre los distintos matices de la industria azucarera y sobre la experiencia de las comunidades que vivieron en los campos de azúcar. Sus vidas nos recuerdan la importancia de desmitificar la metáfora del “telón de azúcar,” no sólo mediante intentos de separar estas cortinas, pero a través de esfuerzos que nos permita visualizar lo que existe detrás de su translucidez.

Si bien la imagen del “telón de azúcar” implicaba una separación entre Cuba y los Estados Unidos después de 1959, el azúcar significó una fuente de conexión económica en la primera parte del siglo. Durante las primeras décadas del siglo veinte, la producción azucarera representaba el sector económico más valioso en Cuba, la isla era uno de los productores más grandes del mundo. “Sin azúcar, no hay país,” decía un refrán popular que, al parecer, todos conocían. Durante las numerosas rebeliones políticas que caracterizaron la Cuba en la época de la Enmienda Platt, activistas y rebeldes políticos estaban conscientes de que sus logros dependerían en su habilidad de controlar los molinos de azúcar y hacer uso de la seguridad de la infraestructura empresarial para sus propios objetivos políticos.

El capital que sostenía a la industria azucarera era extranjero y la fuerza de trabajo inmigrante. Previo a la era de deportaciones masivas en las décadas de los treinta, un estimado de 200,000 haitianos viajaron a Cuba, tanto de manera temporal como permanente. Los migrantes haitianos que trabajaban en las plantaciones fueron reprendidos como peones de compañías azucareras y anatema del desarrollo nacional cubano. Un grupo de escritores, periodistas, y científicos sociales contendieron que los haitianos representaban una amenaza a la salud pública, la estabilidad política, el movimiento obrero cubano, los esfuerzos de los cubanos negros para obtener acceso a la ciudadanía cubana, y para el desarrollo de un futuro civilizado. El hecho de que las primeras leyes permitiendo este tipo de migración bajo contrato fueron declaradas unilateralmente por el presidente cubano dada la presión de las compañías azucareras y a pesar de la oposición de otros, ayudó en cimentar el sentimiento de que la presencia de los haitianos en la isla era una imposición imperialista.

Al otro del Paso de los Vientos, el imperialismo estadounidense avanzaba rápidamente. En 1915, la Infantería de la Marina de los EEUU invadió Haití, asumió el gobierno, impuso una nueva constitución, y alineó la economía política del país con los intereses regionales de los EEUU. Los flujos máximos de la migración haitiana a Cuba ocurrieron durante estos diecinueve años de ocupación estadounidense.

El movimiento circular de haitianos hacia Cuba fue sólo una parte de un proceso hemisférico en el que el ejército y los inversionistas estadounidenses y los trabajadores migrantes transformaron las sociedades del período anterior a la Gran Depresión. Los marines estadounidenses fueron desplegados en Panamá, Nicaragua, Cuba, Haití, y la República Dominicana en ocupaciones cortas y largas. Los intereses bancarios y las inversiones de capital fueron una parte integral del proceso, estuviesen o no previamente establecidos en aquellos territorios. En Cuba, a los haitianos se les unió un número más pequeño pero significativo de otros inmigrantes de todo el Caribe, con un número especialmente grande de islas de habla inglesa como Jamaica. Los inmigrantes británicos del Caribe también migraron a trabajar en otros proyectos de Estados Unidos como las plantaciones de plátano de América Central y la construcción del Canal de Panamá. Migrantes obreros de varios lugares del Caribe trabajaron en campos pertenecientes a los Estados Unidos en la República Dominicana, Puerto Rico y Hawaii. Si la migración fue una característica definitoria de la historia mundial a comienzos del siglo XX, la variante caribeña de aquella historia fue inseparable de las realidades de la expansión de capital estadounidense y de las necesidades laborales de dicha nación.

Visto desde el cielo, parecía como una división del trabajo imperial que acomoda a los trabajadores caribeños de acuerdo con las necesidades laborales de las compañías estadounidenses. Algunas islas enviaron obreros, otras los trajeron para trabajar en los nuevos sitios de inversiones. Pero la gente no vive en el cielo y las cosas eran muy diferentes en la tierra. Como explicó el antropólogo Sidney Mintz, si el trazado de los ingenios azucareros, los campos de caña y las “cabañas obreras” tenían una cierta estética “pintoresca” desde arriba, “caminar por un pueblo destruye tales impresiones” (Mintz, Worker in the Cane: A Puerto Rican Life History, Westport, CT: Greenwood Publishers [1960], 1974, 12). Es posible llevar su observaciones aún más lejos. El estudio de los trabajadores migrantes haitianos que participaron en la industria azucarera cubana nos obliga a reconsiderar el poder del azúcar y el imperio en la vida cotidiana cubana.

Sería una simplificación excesiva atribuir la migración haitiana enteramente a las políticas del estado imperial de los EEUU o a las demandas del capital del azúcar. Pequeños grupos de haitianos y cubanos se movieron entre los dos países a lo largo del siglo que precedió el decreto presidencial cubano que legalizó la migración en 1913. Un número considerable de cubanos se asentaron en ciudades haitianas durante las guerras independentistas a finales del siglo diecinueve. Los haitianos también se asentaron en Cuba. Estadísticas de inmigración previas al decreto de la ley de migración no son confiables o no están disponibles, pero existen numerosos documentos oficiales cubanos como solicitudes de ciudadanía, licencias de matrimonio y registros policiales que reportan la presencia de los haitianos en la isla en dicha época. Los haitianos se encontraban en Cuba antes de 1913, aunque no documentara su llegada. En resumen, la expansión del capital estadounidense, la legalización cubana de la migración y la ocupación estadounidense de Haití expandieron e institucionalizaron un flujo preexistente de personas, no lo causaron. La obsesión por el azúcar y el estado imperial oscurece más que revela.

Además, las empresas azucareras no dominaban la vida de sus trabajadores en la medida en que normalmente se asume. Una de las características más prominentes de las plantaciones de azúcar era la segregación de sus trabajadores en cuanto a nacionalidad y raza, una técnica que se remonta a la era de la esclavitud. Existe mucha evidencia en otros contextos caribeños para sugerir que estas técnicas generalmente promueven el racismo entre los propios trabajadores. Los administradores de las compañías azucareras ciertamente tenían un interés en mantener a sus trabajadores divididos. De haber sido exitosas, estas políticas habrían representado un ejemplo en el que el complejo azucarero habría extendido su influencia más allá de las relaciones cubano-estadounidenses, extendiendo su poder a las relaciones sociales entre los trabajadores de otras nacionalidades. Pero en realidad, la vida de los campos de azúcar nunca funcionó de esta manera, aún si los administradores afirmaban lo contrario. Esto se evidencia en los registros producidos por las propias empresas azucareras. Las compañías tenían que presentar informes de accidentes cuando los trabajadores se lesionaban. Un estudio de estos muestra obreros de diferentes nacionalidades trabajando juntos en varias partes del proceso de producción de azúcar. Aunque el establecer la segregación racial fue una meta de las compañías, esto no significa que se haya logrado en el terreno. Este hecho tiene importancia para la forma en la que pensamos acerca de las relaciones sociales y las interacciones raciales entre los trabajadores migrantes.

En las horas y espacios fuera del trabajo, hubo aún más interacciones entre trabajadores de diferentes nacionalidades. Consideremos el caso de un migrante haitiano llamado Ney Louis Charles, quien vivió y trabajó en la plantación de United Fruit Company, propiedad de Estados Unidos en 1919. Una noche después del trabajo, Louis practicaba canciones haitianas en su violín cuando recibió una solicitud en inglés de canciones de una mujer jamaiquina. Algunos afirmaron que dicha mujer era su novia, otros sugirieron que era una prostituta. En cualquier caso, un guardia rural cubano también estaba enamorada de aquella mujer. Ésta es solamente una instantánea de una tarde en una plantación, pero las interacciones entre diferentes nacionales son claras. Estas y otras actividades ocurrían todas las noches en los campos azucareros de toda Cuba sin dejar un rastro grande en el registro histórico. Los haitianos, los cubanos y otros inmigrantes compartieron comida, jugaron, tuvieron relaciones sexuales y crearon comunidades que desafiaron las convenciones sobre la segregación de los trabajadores y el racismo que ésta crea. La razón por la que tenemos un registro de lo que sucedió esa noche en particular es porque el guardia terminó asesinando a Ney Louis Charles en un ataque de celos y la historia fue investigada por un escritor haitiano (Lélio Laville, La traite des nègres au xxème siècle ou l’émigration haitienne à Cuba, Port-au- Prince: Imprimerie Nouvelle, 1932, 8-10). En los registros de la corte en todo el oriente de Cuba, hay descripciones detalladas de la vida cotidiana de los haitianos en Cuba escondidas entre las líneas de investigaciones criminales. Mediante la recopilación de pequeños momentos de lugares dispersos y poco probable, se deslumbra un mundo que desafía la narrativa de la dominación del azúcar en la sociedad cubana.

Sería difícil negar la importancia de la raza, el imperialismo y el azúcar en la historia caribeña, pero aún así muchos críticos han exagerado su poder a principios del siglo veinte en Cuba. Entre aquellos críticos, se encuentran periodistas y funcionarios de las empresas que describieron a los haitianos en términos monolíticos, como individuos impotentes y aislados. Pero sus interpretaciones imprecisas no impedían que la gente consumiera los periódicos y el azúcar, incluso si deformaban el registro histórico. El primer paso para comprender las experiencias de los haitianos en esta época es interrogar las suposiciones que existen sobre ellos en la cultura impresa cubana. La reconstrucción de la vida de aquellos considerados vulnerables y sin acceso al poder nos recuerda las existentes limitaciones de los poderosos. Algo queda claro en la reconstrucción de la vida cotidiana de los haitianos: el telón de azúcar es translúcido y está desgarrado.

 

 

Foto: Cane cutters on a Cuban sugar plantation,” Detroit Publishing Co., ca. 1900-1906, Library of Congress Prints and Photographs Division, Washington, D.C.